Entre otros huecos de esta historia conformada con huellas escasas, hilachas de datos inciertos y probables falacias de quienes pasaron de boca en boca más a modo de chisme que de recuento, sin hacer mención de las exageraciones que cunden en los relatos de aventuras de cualquier especie, están las motivaciones profundas que impulsaron al padre Eladio a no entregar a un ensangrentado y moribundo Nicolás Elarroz a la policía pampeana. Tal vez le pareció demasiado curioso que quien haya asesinado a una mujer de un tiro en la cabeza esté a la vez al borde de la muerte y haya sospechado la posibilidad de una venganza contra ambos. O tal vez se tratase simplemente de ese tipo de caridad que algunos practican más seducida por la misericordia que por la justicia.
En resultas, el padre Eladio -que apellidaremos Zalazar Más con el ya consabido decoro que requiere esta historia- se hizo cargo de las desaceleradas palpitaciones de Nicolás, de limpiar el revólver y guardarlo por las dudas y también alejarlo de Santa Rosa, esa ciudad chata y hostil que asomaba como florcita del desierto tras lomadas resecas.
Todo parece indicar que el padre Eladio Zalazar Más, pasado un tiempo indefinido, llevó a Nicolás como visitante al monasterio benedictino de Los Toldos devenido en abadía poco tiempo atrás. Allí no le costó mucho caer en la cuenta que el cuidadoso padre Eladio cargaba en su propia historia la de ser un veterano de la Segunda Guerra como enfermero de piedad en el frente terrestre francés y más allá un aguerrido republicano español metido a monje para que el hábito más que la piedad le permitiese sostenerse con vida.
A los seis días reglamentarios, una vieja camioneta abacial lo trasladaba al aeropuerto de Ezeiza con documentos en regla, algún dinero, un nombre tan falso como el extenso curriculum bibliotecario y el glosario de nombres, citas y expresiones que debería aprender para llegar a Italia a incorporarse trabajando en la Abadía Benedictina de San Pablo Extramuros con el desconocimiento temático apenas velado por la dificultad idiomática.
Por algún motivo que Nicolás desconocía los bedas cultivaban la paciencia para con su escaso entusiasmo en aprender el italiano, aunque en inglés se defendía bastante bien. Y velaban cierto disgusto al comprobar que las noches se hacían largas al argentino, que rodaba por los escasos tugurios en que encontraba los vidrios desde los que se colgaba adherido en los etílicos olvidos. Esos que incluían los ardores y la sangre de la morocha en sus manos.
Y en uno de esos rodares conoció a Alí.
ETERNO RETORNO
Estas historias son como lanitas sueltas que la nona va ovillando en un bollito y una vez que adquiere volumen, las va desovillando para hacer algo con todas como si fueran una sola cosa. Así son estas narraciones, dichos, frases sueltas, conjeturas patinadas por una memoria tenue que -a veces- toman forma en la mano de quien las intenta reunir.
martes, 28 de febrero de 2012
Historia de Nicolás Elarroz o Crónica hallada en el revistero de una sala de espera y robada luego (4)
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ALÍ vienos un poco el suspenso, hermano, y largue algún dato más, che.
ResponderBorrarVamo´a ver qué pasa con tanto nombre karmático, tanta sotana ocultadora y tanto legajo enturbiao.
Beso
SIL
Intenso e interesante relato que me pareció breve e intrincado, y debe ser porque no leí las partes anteriores, cosa que debo hacer.
ResponderBorrarTe cuento, Oso, que te mencioné este blog en mi último post, con la excusa de repartir un premio.
Saludos.
Uy me encantó, pero me quedé pintada con lo de " ...allí conoció a Alí" Espero que pronto continúe esta historia, no obstante le digo que "....Esos que incluían los ardores y la sangre de la morocha en sus manos...", es muy bueno!!!
ResponderBorrarBesos a Ud. y que lindo volver a leerlo otra vez.
REM