Consigna del Demiurgo de Hurlingham:
Un mutante con habilidades sobrehumanas construye a una bella androide,
quien se convierte en su secretaria, enfermera y amante.
-Te llamaré Gineoide, androide mujer, trabajaré en tu perfeccionamiento hasta que puedas darme hijos dignos de tu belleza, mas no de mi imperante conformación física, poco digna de los dioses. Y así seré yo mismo un dios, un creador deforme pero magnánimo, capaz de desarrollar seres con la maravillosa potestad de ensombrecer a la propia naturaleza.
El mutante se agitaba febrilmente en el laboratorio de aquí para allá, ora insertando ínfimos circuitos subcutáneos, ora realizando ensayos de elasticidad y transferencia osmótica en la piel artificial que se encontraba perfeccionando con la pretensión de conseguir un material tal asombroso como el de la piel humana. No como la suya, apenas reconocible como tal por la serie de mutaciones genéticas que sufrieron sus padres y las suyas propias acaecidas en el mismo laboratorio de la Fundación GeneSys, creada por los gobiernos de los países centrales en un solapado anexo del CERN irrigado por fondos de las megaempresas capaces de forjar un mundo a la medida de sus intereses.
GeneSys construyó los laboratorios genéticos y robóticos más sofisticados del globo. Variados proyectos hurgaban en lo más profundo de la naturaleza física de los seres vivos para mejorar sus posibilidades, imitar sus propiedades y diseñar habilidades combinadas nuevas y más potentes. Sin embargo, la prolongación de conflictos armados europeos, de mayor o menor magnitud, fueron restando el apoyo a una iniciativa que redundaría en beneficios cuya espera se prolongaba en el tiempo más que los ciclos de los CEOs financistas y GeneSys pasó a un estado de funcionamiento mínimo, con los mutantes campeando en las instalaciones, que resultaban aún seguras y oclusas.
-Gineoide, mi creación, serás además mi secretaria eficiente, llevarás el registro de todo lo que logre crear y de mis fracasos, que espero breves e intrascendentes. Me darás los cuidados que necesite cuando los necesite, dada la precariedad de mi salud de inestable mutante. Y serás, claro, mi amante, mi consuelo en estas horas oscuras y largas que se prolongan y prolongarán más allá de lo imaginable. Te estoy dotando de los más sofisticados sistemas cibernéticos imbricados con los materiales orgánicos necesarios para las funciones vitales. Y, si puedo conseguirlo tanto como lo deseo, algún día serás madre. Una Eva de este tiempo capaz de engendrar la vida que este dios mutante escondido de los soberbios humanos inseminará en tu perfeccionada naturaleza. Mi organismo, hoy extraño, resucitará en formas de perfeccionada maravilla.
Contrariamente a lo sospechado, el cerebro de Gineoide no ofreció mayor dificultad, dado que su cuerpo de circuitos, chips y bits era mucho más estudiable y predecible que el organismo humano y que los sentidos de los que estaba dotada eran capaces de recortar las sensaciones entrantes para no desperdiciar potencia de cálculo. De hecho, el dolor no formaba parte de su programación, los estímulos que recibían sus sensores se filtraban y acotaban a lo útil y agradable. Y de hecho, eso era Gineoide, lo útil y agradable.
-Y serás el androide más feliz de cuantos hubieron existido. Las sensaciones que percibirás permitirán que tu cerebro las decodifique como felicidad, dado que eso es lo que hallaré a tu lado. Y algún día, cuando yo muera, serás plena al recordar que mi malogrado cuerpo mutante se destinará a enriquecer la escasa superficie de tierra que se dispone en los jardines de este paraíso de creación.
El tiempo, ese que es breve o interminable según sus deseos, transcurrió veloz. En pocos años, Europa llegó a un estado de paz y prosperidad, acogiendo migrantes y sanando sus heridas. En la apertura a nuevos desarrollos de lo que fue GeneSys, los pimeros científicos que llegaron para reflotar la experiencia oyeron desde los pasillos que conducían al jardín una dulce y alegre voz que relataba un cuento en forma de canción infantil. Se acercaron. Parada delante de ella, una figura pequeña de poco más de medio metro de altura y aspecto humanoide cuya apariencia obligaba a quitar la vista inmediatamente. A un costado, los restos de un cuerpo a medio enterrar fertilizando la tierra. La canción repetía en su estribillo: felices los ojos que te ven, hermosa criatura de mi vientre gineoide.
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