Este es mi texto del octavo día del Mundial de Escritura.
La consigna era: escribir una historia en la que
descubramos a un personaje a través de un gesto.
La aparición de las grandes metalúrgicas transformó al pueblito en ciudad y a la ciudad en una telaraña de nuevas relaciones, nuevos oficios, nuevas economías. Los venidos del campo, de lugares más agrestes, con oficios rurales debían adaptarse, aunque este término no significara nada para ellos. Su adaptación consistía en ir aprendiendo en el día a día el ajuste a ritmos impuestos cada vez menos por la naturaleza y cada vez más por otros relojes. Pero también consistía en enseñarle a la ciudad ciertos rasgos de hidalguía, cierta parsimonia dulce, ciertas costumbres que la vida en el campo les había impreso. Pedir prestadas herramientas, útiles de cocina y hasta la bicicleta eran situaciones usuales y que no conllevaban vergüenza ni se respondían con una cascada de cuidados a tener en cuenta.
El hombre pasaba los ochenta, había capeado demasiadas tempestades, sabio de trabajos camperos con el manual tallado en las formas angulosas del rostro y en algunas cicatrices a la vista y muchas de las bravas prudentemente ocultas. Pero no contaba demasiado, había que tirarle mucho la lengua para que suelte dos o tres frases o recuerdos. Otros paisanos eran más dicharacheros, tenían un “dicho” para cada ocasión y cualquier excusa la tomaban como puntapié inicial del minucioso desgranar de una anécdota. Don Alves era más bien reservado, pero no taciturno. Contaba poco de su historia, aunque solía ser buen conversador con los vecinos. Los años que llevaba encima, en conjunción con la soledad de los últimos ocho, le impedían a veces salir a hacer las compras.
No encontraba su palo de amasar, toda una deshonra. Se llegó hasta nuestro hogar, que no era lindero, pero estaba en la cuadra. Mi madre, solícita, buscó el suyo, le sacudió un poco la harina pegada de la última amasada, que le salgan ricos esos ravioles, no hay apuro por el palo. Don Alves agradeció y al encaminarse hacia la puerta el Morro salió desde atrás de una cortina y tras un salto de cazador avezado lo mordió en el tobillo. Sin mediar lapso de tiempo, un palazo deslizante revolcó al gato al sitio de dónde venía. Mi madre quedó atónita, la rapidez de la reacción del viejo, el movimiento de su muñeca desde la posición en la que estaba hasta dar el sablazo, la fantástica transformación de un hombre decadente en un elástico ser de algún heroico linaje, parecieron transformar la escena en un relato mítico.
Los segundos que siguieron no vieron mimos al gato asustado por parte de mi madre, sino un aluvión en su mente de frases y breves relatos que Don Alves rara vez fue soltando en las décadas de vecindad. Vida en el noreste santafesino, Las Toscas, o Tacuarendí o Florencia o en todos ellos. Peón rural en lugares donde los obrajes se confunden con el monte y este con los bañados y los cañaverales. Donde el sudor es el temple para el cuero trigueño que remonta los años en los pagos raleados, en el rancho de quincha, en la furia de las sabandijas que ven asolada su tierra. Donde el tabaco no era tabaco si no alcanzaba y la danza del chupe barato remozaba la peonada con la temprana ida de los menos recios. Cuando venir al sur era promesa de empleo, de horario de trabajo y de descanso, de sueldo fijo y con suerte una casita de material para la mujer y los hijos. De amontonarse en el tren y embelesarse con el ondular del trigo y la firmeza del maíz.
En ese breve y espontáneo ensueño estaba mi madre cuando Don Alves agachándose lo que el cuerpo le daba intentó estirarse para acariciar al Morro, que huyó como si se le acercara un dogo satánico, pero tan lentamente que quedó a mitad de camino, mientras intentaba disculparse: –perdone, me vino a la mente una yarará– y, abriendo la puerta de calle mientras miraba el palo de amasar: –como si fuera el machete.
Mi madre que hoy tiene la edad de Don Alves en la ocasión, suele contar esta historia tan terrena y trivial una y otra vez a sus nietos. Parece advertir que hay ocasiones en que las personas despiertan una magia que no saben que poseen, magia que es tan propia como las dichas y desdichas de su vida pero que en un destello lo iluminan todo, incluso lo que no se dice o se escribe.
Ayyyyy que entrañable relato!!!! Es impresionante y a su vez magnifica la forma en que has descripto las caraceriticas de Don Alvez, tanto fisicas como de su personalidad .Se puede visualizar la escena perfectamente y a medida que se avanza en la lectura se abre un abanico que muestra la vida de este paisano, cruda, sacrificada, luchadora...vida que lo hizo reaccionar de esa forma, que pudo parecer a los espectadores desubicada y quizas hasta graciosa...pero todo tiene una respuesta..y alli estaba....en su propia historia..
ResponderBorrarMe ha gustado muchisimo!Un abrazo y muy buena semana por comenzar!
Hola Eli.
BorrarBueno, la idea era retrarar un personaje y descubrir cosas de su pasado a trvés de un gesto puntual. Traté de centrarme en eso. Espero haberlo logrado.
Besos
Un retrato muy logrado. Muy visual la escena.
ResponderBorrarMuy bien que vayas publicando tus textos.
Saludos.
Era la idea. Le voy poniendo un poco de movimiento al blog aunque sea con estos textitos..
BorrarSaludos
Genial relato el persona je de Don Alvez es muy real te mando un beso
ResponderBorrarGracias. Saludos
BorrarLo de los términos es un pequeño problema que se disuelve al poco tiempo.
ResponderBorrarBastanteme he acostumbrado a leer blogs de España.
Además tiene su encanto. Saludos
Has urdido una historia compleja, densa y muy viable. Me ha gusatdo ese ver en la madre el mismo tipo de edad que tu protagonista.
ResponderBorrarUn abrazo, y que te cunda, pero a diario, tres mil palabras son muchas, para mí al menos
Ufff, bueno, fueron solo 12 días. Ya terminó.
BorrarLo hice para obligarme a escribir historias. Ya tenía abandonado casi del todo el blog
Saludos
Qué entrañable y bello relato!!...me recordó a tantos "Don Alves" que conocí en la infancia... gracias Néstor!!!
BorrarGracias, estimade Unknown, jaja!
Borrarinteresante como escribes y eres argentino Saludos desde Miami
ResponderBorrarHola y gracias!
BorrarSaludos
Que bello mi amigo Oso,
ResponderBorrartodo lo que has ido
detallando, me agrado
mucho visitarte.
Besitos dulces
Siby
Gracias, Siby. Saludos!
BorrarMagia es la que transmite tu relato, estampado de tan precisas imágenes que uno siente que lo ha vivido. Estupendo. Muy buen texto para una anécdota y un personaje que merece recordarse. Un abrazo
ResponderBorrarGracias, Neo. Realmente un buen personaje, como los hay muchos en la vida real.
BorrarSaludos
Una consigna rara pero la cumpliste a la perfección.
ResponderBorrarlo pintaste de cuerpo y alma a Don Alves.
A mí me recordó a un jardinero del barrio en que crecí que anduvo sus últimos años, que habrán sido dos décadas, en una postura similar.
Abrazos de hoy a ganar y quedar punteros, por favor
Claaaro, son esos personajes que siempre tienen un ejemplar cerca.
BorrarAbrazo de vamo, a poner!!
Que lindo y entrañable personaje debió ser don Alves. Me gustó mucho tu relato que siento ha tocado en algún punto tus recuerdos y quizás la nostalgia de otro tiempo.
ResponderBorrarAbrazos mi estimado Oso y un placer leerte siempre.
Armé el personaje con recuerdos de gente de por ah{i y alguna que otra recorrida por ese norte haciéndome el que trabaja, jaja
BorrarAbrazo!