Cuando el sol atravesó uno de los varios agujeros del tambor de doscientos litros que -aplanado- hacía las veces de puerta, Adonis Torre sintió herirse un ojo y tal vez sospechó que allá afuera las sombras que se acortaban le alegrarían un poco el día. Otro día.
Si el sobresalto le hizo mover el cuello y erguir un poco la cabeza, aun con la modorra acribillándolo inclemente, se cuidó de no mover el brazo sobre el que se acurrucaba la Silvana, esa morena contundente que entibiaba su otoño.
Con una ternura infinita ejecutó los mil y uno deslices para quitar el brazo aprisionado entre cuerdas azabache y mejilla indecible sin que la menor pena acaricie la muchacha.
El querosén alcanzaría para la semana, eso sí. Encendió el calentador, puso la curtida pavita de aluminio y decidió revivir al sol. Arropándose como pudo fue desenganchando los alambrecitos que retenían la cadena que engarzaba la puerta con un poste recio sin horcón. Le parecieron un infierno los cuatros débiles rayitos que atravesaban los eucaliptos del monte, pero aspiró hondo el helado aire que cruzaba desde la ruta por la calle Pampa y se convenció de que el dolor era la prueba crucial para considerarse vivo.
Como despertando por segunda vez, se acordó de Jovino y el Carancho, que moraban en el rancho contiguo. El portillo, colgado de un enorme clavo a modo de bisagra, se abrió repasando sin esfuerzo su propio surco sobre el patio barrido. El Carancho estaba acurrucado contra el enorme Falucho. O Falucho contra el Carancho, ambos sobre el camastro desvencijado que ya tocaba el piso. El perrazo, apoyando una enorme pata sobre el pecho del Carancho -que a duras penas había soltado la caja de Termidor, quizás con primor intentando que cayera parada y lo había logrado- lo miró con alegría antes de empezar a rascarse y soltar vaharadas de un vapor helado. El Carancho no osó despertar, estaba vivo y era mucho. Torre acomodó unos cartones sobre el desgraciado mientras se preguntaba por dónde estaría Jovino. No estaba. Salió detrás del rancho, se asomó al zanjón luego de imaginarlo cubierto por la escarcha que había quebrado. Pero tampoco allí estaba.
Se insultó por no haber caído en la cuenta antes de que Jovino tenía trabajo. Trabajaba como sereno en la obra del nuevo banco provincial. Y volvió a su rancho a ver si el agua no había hervido. Silvana había empezado el mate. Era bella, pero nada sumisa y eso doblegaba a Torre. Tomó un par de amargos y no resistió la necesidad de ver cómo estaba su amigo, que trabajaba...
Caminó por San Martín por la vereda del sol, pero casi sin sol. En la última cuadra combinaba los pasos con trote, ya por el frío, ya por el temor. Saltó la tapia que largas noches lo había tenido vagueando y fumando, si hasta le llegaba el cálido humo del Jockey por entre las narices.
En el último rincón, bajo una chapa de cinc y cuatro cartones estaba Jovino, hecho temblor y mocos. Se diría que esperó el amanecer para ponerse a llorar. O que esperó ver a su amigo. O simplemente que esperó. Porque la espera, dijo Adonis, es el destino del pobre. Y cuando no se soporta la espera, a veces alcanza el abrazo de un vino rasca. Y a veces, no.
ETERNO RETORNO
Estas historias son como lanitas sueltas que la nona va ovillando en un bollito y una vez que adquiere volumen, las va desovillando para hacer algo con todas como si fueran una sola cosa. Así son estas narraciones, dichos, frases sueltas, conjeturas patinadas por una memoria tenue que -a veces- toman forma en la mano de quien las intenta reunir.
lunes, 9 de abril de 2012
Fría espera
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Villa Constitución, Santa Fe, Argentina
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Es desgarradora y real y cotidiana la anécdota, pero hay tanta belleza en cada línea, que se podría decir - que algunos pocos privilegiados logran- la compatibilidad entre crudeza y hermosura en el mismo texto.
ResponderBorrarUn beso.
SILVINA
Sublime Oso, cada oración es una fiesta literaria. Ni que decir del mensaje. Un abrazo!
ResponderBorrarEnorme el relato Oso, triste y real. Para las Crónicas de Villa...Soberbio!
ResponderBorrarBesos.
Sil, Neto, Doña Tinta: gracias por persistir en este rincón. Como verán me está costando mucho escribir y pasear por sus respectivas plazas.
ResponderBorrarMientras tanto me obligo a estos escrititos, para ir tirando.
Besos y abrazos!!
Mi estimado Oso,
ResponderBorrarle cuesta escribir? Y le salen estas maravillas de la cotidianeidad, de lo que a la postre es lo nuestro , pero a la vez universal -la pobreza- y sus protagonistas.
El relato es bello, a pesar de la dureza del mismo.
Me encantó, ud. sabe manejar muy bien ciertas situaciones y estados de ánimo, excelente como siempre.
Besos y abrazo
REM
¡Gracias, Rem!
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