Hay lugares que sentimos como propios, existan o ya no. Espacios donde las cosas -aun cuando hayan cambiado sustancialmente- nos abrazan. Nos remiten a tiempos que sin dudas han sido mejores en algún aspecto. Quien esto escribe siente nostalgia por algunos lugares. Unos por distantes y poco accesibles al bolsillo; otros porque ya no son como eran por más que el sepia corazón insista en recrearlos. Haré referencia a uno de ellos: La Covacha.
Es conocido para quienes portan unos años que este término refiere a la casa de la bruja Cachavacha, la simpática villana de Las Aventuras de Hijitus. Tomado de allí, mi hermano, el Gordo Pérez y yo nos dedicamos en aquel tiempo a construir nuestro refugio en el que quedaban en suspenso las reglas familiares y en offside la curiosidad de las vecinas.
Techo de un par de chapas de cinc viejas y corroídas apoyadas de un lado en el resto de pared que hacía de tapial antes del tejido con unos vecinos. Del otro lado apoyadas en el viejo excusado convertido en palomar de monteritas, ese que tenía un ramón de higuera seca para que se posen y hagan nido.
Piso de ladrillos sueltos, que volaban cada vez que mi viejo los necesitaba y pasaba a ser de escombros emparejados. Y lo fundamental, puerta rebatible hacia arriba, que solía rebatirse en la cabeza de quien intentaba entrar desprevenido por su altura de más o menos un metro. Eliminada esa puerta artera luego de un tiempo y varias cicatrices, la cortina de arpillera suplió decentemente la misión de sostener los nimios secretos de La Covacha.
Secretos que consistían en jarro con yerba y una bombilla afanada para el chupe y pase, fumata de cigarrillos de hojas de cuaderno enrolladitas y chistes verdes, no mucho más.
Pero sí hay algo más. Un día decidimos que La Covacha no sería sólo un escondite para travesuras, sino que debía ser un poco más abierto. Empalizada de cañitas que nos llegaban a las rodillas, entrada con cañas altas y cartel con el nombre del recinto daban un aspecto más formal al lugar y más vista para la curiosidad de los vecinos, ya que los terrenos se separaban solamente por modestos tejidos romboidales de diferente altura según la confianza con los de al lado. Vecinos de edad avanzada confundían covacha con concha y escandalizados hacían comentarios poniendo en aprietos a mis padres quienes tuvieron que dar las explicaciones del caso.
Con la ebullición de las elecciones del setenta y tres, grandes cartelones políticos se podían ver desde todo el vecindario. Frente Covachista de Liberación y Unión Cívica Covachal competirían por el gobierno, con los mismos tres integrantes. El acuerdo era que ganaría la misma lista que en las elecciones y los comicios de marzo llevaron al peronismo al poder.
Los demás chicos del barrio venían a conocer La Covacha, pero pocas veces se les permitía participar de sus ritos iniciáticos. Mostrábamos con orgullo sus prolijas instalaciones. A veces, para evitar a los insistentes de siempre preparábamos trampas. Las trampas solían ser simples agujeros en el piso bastante mal disimulados con agua en su interior, algunas cañas si era para un indeseable y yuyos escondiendo la boca. Una vez el Gordo y mi hermano hicieron la trampa perfecta. Era una especie de batea rectangular en el portal de la empalizada llena con barro chirle y disimulada con fino polvillo. El destinatario era el Jole, un amiguito mío que amenazaba con quedarse a vivir en La Covacha. Resultado: el Jole no vino por una semana y la trampa perfecta terminó por secarse.
Hoy, ese rincón -con algunos escombros y otros materiales para las reformas de la casa- evoca siempre esos recuerdos, unas veces más intensos que otras. Pero esos recuerdos no se remiten siempre a los momentos vividos. Traen acollarados consigo esas huellas profundas que persisten porque nos han dado forma de algún modo. Pibes de diez años que conocíamos los partidos políticos, que hacíamos propaganda. Que compartíamos pequeños secretos sólo para ufanarnos de nuestra lealtad. Mayores escandalizados. Una real fiesta.
Y mis padres, que tuvieron que hacernos desarmar La Covacha porque en el setenta y cinco Villa era un lugar donde cualquier refugio era una posible tumba y donde el miedo se enseñoreaba al ritmo de los fusiles fal, de los falcon asesinos y de los entregadores, esos socios del terrible ensayo de represión para la dictadura posterior que vivió mi ciudad.
Algo me dice que cuando hablamos de la memoria, la verdad y la justicia en nuestro país pocas veces hacemos referencia al dolor de los niños que fuimos y el sentido de libertad y fiesta que nos arrebataron, que dejamos a jirones en algún alambrado de púas de los que tuvimos que atravesar.
Conservo y comparto estos desvaríos con el deseo tan pueril como profundo de que las verdaderas gestas libertarias como la de La Covacha no estén ausentes en las infancias por venir.
Qué buena entrada, Oso, qué bien llevada desde la descripción y el recuerdo hasta un final lacerante y certero.
ResponderBorrarMe voy de aquí con nostalgia, cierta amargura y mucha esperanza.
Gracias.
Abrazo.
Jeve y Ruma.
Pintaste con letras una postal perfecta.
ResponderBorrarLas postales que se graban en el recuerdo no pierden color ni espíritu, aunque los lugares físicos se degraden.
(Quizás por esa misteriosa teoría de que el alma de las personas permanece para siempre en sus cosas.)
Beso,
SIL
Fantástico, como todo lo que escribís en base al ayer. Ese último deseo tuyo, tan noble y a la vez, tan utópico, con estas infancias nuevas dedicadas al culto del televisor y el encierro.
ResponderBorrarUn abrazo!
me gusta como pintas con palabras la vida de tu blog
ResponderBorrarjazmines para vos
Me gustó conocer este punto de vista, de tu infancia en el horror que te quitó la covacha. Ojalá nunca volvamos a vivir algo así.
ResponderBorrarBesos.
Oso ¡ que bello álbum de recuerdos encerrados en esa covacha! Muy emoyivamente descritos. Comparto tu último deseo, aunque veo con tristeza que hay vivencias que no están al alcance de los muchachos de hoy...y es una pena, porque les ayudaría a madurar mejor.
ResponderBorrarUn beso enorme!
JEVE y RUMA:
ResponderBorrarNo hay caso. Siempre me pongo amargo, pero nunca desesperanzado.
SIL:
Algo se eso debe haber y si no hay prefiero instituirlo. No por el pasado, sino por lo que somos a partir de eso.
NETO:
Cosas de adultos... ¡Quién sabe qué escribirán las nuevas generaciones sobre sus juegos! Ni se me ocurre arriesgar.
RECOMENZAR:
Gracias por los jazmines, traen aromas dulces.
MARIELA:
Ojalá nunca, también somos como somos por eso.
DOÑA TINTA:
Es una pena. También es una tarea pendiente abrir ciertas ventanas a lo sencillo.
Gracias miles, amigos de este rincón apuntador.
Señor Oso tiene mucha razòn, hay recuerdos que trascienden el tiempo, hay cosas que no deseamos que se repitan, .
ResponderBorrarquiero quedarme con la esperanza¡¡¡¡
besos
Todo eso que contás con tanta
ResponderBorrarnitidez y entusiasmo demuestra en cierta forma la gran persona que sos, Oso querible.
Tus recuerdos me regalaron los míos propios en el que tu relato me trasladaron a mi sitio, a ese momento mágico de un palacio hecho con sábana y mantas. GRACIAS con mayúsculas por compartir otro pedacito tuyo :)
=) HUMO
Pero cómo se aparece así hombre...chifle antes, me asustó juuuuuu. Qué ingrata soy. Me disculpo. Abrazos.
ResponderBorrarAbru
Hermosa covacha!
ResponderBorrarCuantas evocaciones!
Me trajo recuerdos de una que armamos en uno de esos "carritos" metálicos de verdulero que existían en esas épocas en las calles del barrio.
Abrazo
nada como una Cobacha para seguir siendo libres!
ResponderBorrarprecioso OSO!
Salute
NORMA:
ResponderBorrarEs lo mejor que se puede hacer: quedarse con al esperanza y dar unos pasos.
HUMO:
Es cierto, todos hemos tenido nuestros refugios mágicos y los rememoramos con cariño.
ABRU:
Era la idea, asustar, che... Ja!
DON HIERBA:
Un carrito, otro refugio óptimo para la ilusión infantil!!
DIEGAZO:
Nada mejor. Quién no la ha tenido!
Abrazo gente linda!
Y si somos esos niños, con los recuerdos a flor de piel, con las enseñanzas llevadas en el pecho, con la inocencia de jugar en la vereda.
ResponderBorrarSi seguimos siendo ellos, entonces podremos inculcar a los hijos por venir todo eso que hemos vivido. Lo bueno para vivirlo, y lo malo para no repetirlo.
Gran post en la semana de un día tan significativo.
Genial lectura la que acabo de hacer.
ResponderBorrarEs bonito rememorar un pasado infantil donde la ilusión,a pesar de querer ser arrebatada por otros,permaneció latente entre esos escombros de aquel mágico lugar.
La infancia que haya de luchar por ideales-los suyos-creo que sorprenderán alimentándolos y adiestrándolos en el arte de la esperanza y la palabra.
O eso espero.
Muy bonito.
Un beso.
CARLA:
ResponderBorrarGracias por tu comentario, hay mucho de verdad en eso.
UKA:
Gracias, sinceros deseos para las infancias que vienen.