ETERNO RETORNO

Estas historias son como lanitas sueltas que la nona va ovillando en un bollito y una vez que adquiere volumen, las va desovillando para hacer algo con todas como si fueran una sola cosa. Así son estas narraciones, dichos, frases sueltas, conjeturas patinadas por una memoria tenue que -a veces- toman forma en la mano de quien las intenta reunir.

viernes, 3 de septiembre de 2021

Es la casa

Este es mi texto del primer día del V Mundial de Escritura.
La consigna era: escribir una historia
que transcurra en una casa encantada.

 Hoy, que mis años languidecen en atardeceres largos que se suceden desde el alba, me encuentro tan despierto, tan alerta, que los recuerdos me atropellan tan vívidos que intimidan.

Creo haber acudido al llamado de una tía de Paula, mi novia en aquellos años en que el miedo era algo extraño que les sucedía a otros. Oía voces, murmullos, quizás zumbidos, esas cosas tan comunes en una mujer sola que sabe que sola debe afrontar sus horas por largas que sean. Y que de vez en vez al principio, luego más frecuentemente acude a parientes y vecinos, los pocos que responden, por pequeños favores o para denunciar dolores nuevos o los de siempre. Para reclamar esa atención que alguna vez tuvo de un compañero y de algunos hijos que ya no mencionaba.

Los más cercanos, incluida Paula, soltaban frases poco tranquilizadoras para la tía, pero tal vez para quien las enunciaba cumplían la misión de deshacerse del incómodo sortilegio del compromiso perenne de acudir  a su llamado. Serán gatos en amores, tal vez una atrevida comadreja.

La casa, nena, es la casa, algo malo tiene. Los reclamos arreciaban en la medida que consolidaba mi relación con Paula y con ello la necesidad de un techo común. Qué tal si le hacemos compañía por un tiempo. Esa doble misión en la que a veces nos embarcamos por solucionar dos problemas a la vez y que suele involucrarnos en terceros que no estaban en el horizonte. La tía, feliz, menguaba sus pesares y reclamos. Algunas veces mencionaba las voces, pero sin darle demasiada importancia. Debo decir que yo también escuchaba algunos susurros en días y sobre todo noches aisladas. El anguloso perímetro de casi un siglo contrastaba con las construcciones modernas —más bien cuadradas, optimizando la superficie— del barrio. Se diferenciaba perfectamente porque además se centraba en un terreno doble, sin medianeras ni contacto con las construcciones aledañas. Perfil, me decía, que colaboraba mucho con la generación de extraños ululares ventosos.

A medida que la rutina nos afianzaba en la casa notaba que Paula cada vez más asiduamente mencionaba la imaginación de la tía y no pocas veces me asociaba. Su media sonrisa testaba a favor de cierta conmiseración teñida de un leve disgusto por mis comentarios acerca de los indefinibles susurros que se oían. Me cuesta relatar acontecimientos que no lo fueron, pequeños detalles o gestos, pequeñas situaciones cotidianas en las que pudo verificarse que Paula desconfiaba de mí como yo de la indefinible casona. Sin embargo, puedo relatar cómo la tía fue atenuándose en su vida con la misma cadencia como sus certezas acerca de los susurros se afirmaban unas sobre otras. Una tarde sintió que la llamaban y decidió dejarse morir negándose a ingerir alimentos por unas semanas. Fue entonces que resolví que lo mejor era marcharnos de la casa, que no sería nunca nuestro hogar. Paula, apoyada en sensatos razonamientos, argüía que huir espantados por unas supuestas voces no obedecía a nada racional, más que el eco en mi cabeza. Y yo, yo no podía pronunciar otras palabras que las de la tía: es la casa, nena, algo malo tiene, aun sabiendo que con nuestro magro sueldo de empleados no alcanzaba para un alquiler decente, mientras que teníamos a nuestra disposición tan magnífica construcción que podría arreglarse con poco.

Ese murmullo indefinido tornaba a frases más claras, que comencé a anotar en un cuaderno. Arreciaron cuando me accidenté cayéndome en un intento de reparación del tejado y Paula se ausentaba por diez horas, redoblando esfuerzos en su trabajo. Al volver me encontraba taciturno y ella, mascullando por lo bajo quizás lamentándose por soportarme, se disponía a hacer la limpieza y ordenar la sala. Un día, silenciosa, cuando yo aún no lograba valerme por mí mismo, preparó unos bolsos con su ropa de más uso y se fue sin saludar. Quedé un tiempo solo, lamentando mi suerte y, todavía peor, sin oír en lo sucesivo las voces que me aterraron durante años.

Un día, no hace mucho, se detuvo un auto viejo en el portón de entrada. Una pareja vivaz, muy jóvenes. Atuendos coloridos y rastas larguísimas. Les encantó el lugar y decidieron quedarse aun cuando les susurro desde mi atormentada soledad: ¡Váyanse! Es la casa, chicos, algo malo tiene.

15 comentarios:

  1. Por lo contado, parece que la casa o algo en la casa tiene la intención de dañar a un habitante, de dejarlo perjudicado. Y cuando se muera, acechar a un siguiente ocupante.
    ¿Logrará el narrador advertir a joven pareja?

    Intrigante, inquietante, lo que me gusta del relato.
    Saludos.

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    1. Parece que quedó cuando el escritor advirtió que había llegado a los 3000 caracteres mínimos que se exigían... jaja
      Abrazo

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  2. Me parece un texto fabuloso!
    De principio a fin , tanto en la forma en que esta narrado como en el contenido de la historia que es por demás inquietante .Definitivamente hay lugares que no tienen buena energia , donde las cosas no tan buenas suceden. Un relato impecable con un final abierto pero quizas predecible( o no). Un abrazo y feliz fin de semana

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    1. Gracias, Eli. Se fue haciendo solo con la consiga solicitada.
      Abrazo

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  3. Excelente,Osezno, me hiciste acordar a un hecho que viví, paranormal, entre 1974 y 1975; ya te voy a contar.
    Un abrazo !

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  4. Hay lugares que tiene tendencias interiores, y no permiten que se habite por parat de algunas personas.

    Un relato muy trabajado. Regreso de mis vacaciones y me alegra leerte. Un abrazo.

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  5. Qué buen relato! con un desarrollo tan lánguido como sugerente y un final de los que me gustan, con giro impensado que acomoda las piezas recién en su conclusión. Un gusto leerte. Un abrazo

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  6. ¡Muy bueno! Excelente. Cerró perfecto

    ¿Leíste "La casa" de Mujica Láinez? No tiene mucho que ver con tu relato, que es más stephenkinguiano, pero si no lo leiste, te lo recomiendo.

    Abrazos de a salir del dofón!

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    1. No lo lei, pero me encaminaré hacia ese relato!
      Abrazo de no podemos peor!!

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