ETERNO RETORNO

Estas historias son como lanitas sueltas que la nona va ovillando en un bollito y una vez que adquiere volumen, las va desovillando para hacer algo con todas como si fueran una sola cosa. Así son estas narraciones, dichos, frases sueltas, conjeturas patinadas por una memoria tenue que -a veces- toman forma en la mano de quien las intenta reunir.

lunes, 5 de julio de 2021

Laberinto de Greta

Este es mi texto del segundo día del Mundial de Escritura.
La consigna era: cerrar una casa.
Fue elegido por los compañeros para representar al equipo Koh-i-noor suculento,
al que pertenecí, sin lograr quedar entre los diez finalistas.

Los pasos medidos, eligiendo dónde poner el otro pie con la vaga guía de una claridad que languidece. La ventana del recibidor da al camino. La guardia de álamos, dudosas columnas minoicas, se pierde hacia el punto de fuga en la tranquera que parece hundirse en el rojizo horizonte. Una luz demasiado oblicua atraviesa la ventana y sugiere sombras tangibles, macizas.
Cajas apiladas y bolsas enmarcan un retorcido pasillo que solo es tal cuando se lo distingue de una miríada de objetos dispersos por el piso de mosaicos de granito. Se habrá sentido muy sola Greta para irse de esa manera. Puede verse tanto la pulcritud con la que empaquetó algunas cosas como la desidia, el desdén o acaso el apuro que clama del desparramo de otras, el contraste abofetea al espectador.

El laberinto de Greta, sonríe, y pierde varias décadas ensoñándose devenido en un Teseo con celular, sin cobertura, pero con celular al fin. Se detiene un instante alelado al recordar el nombre de Ariadna –legendaria compañera del héroe ateniense– y deja fluir la comparación con el de Adriana, su esposa, quien le encomendó la tarea de clasificar los bultos y llevar a su hogar lo que pudiera ser útil. Al fin y al cabo, Adriana había compartido con su hermana unos buenos años en la casa de campo.
Algunas cajas y bolsas están rotuladas con caligrafía apurada, se puede leer vajilla, ropa de cama, juegos de mesa, en rectángulos de papel adheridos con cinta transparente ancha. Greta había sido una mujer prolija, con la casa siempre presentable, lo cual no es de extrañar sin la presencia de críos o un marido descuidado. Andando por el modesto laberinto trata de evitar las zonas con objetos esparcidos e inventariarlos solo de lejos. Se dice que puede haber lauchas o ratas, minotauros decadentes que gustan de los montones, las sombras y los desechos. A distancia distingue revistas de moda y actualidad, libros de distinto grosor y antigüedad, bolsos vacíos o a medio llenar, un cofrecito de madera con cierre de latón, parlantes de computadora, un par de cuernos de carnero que alguna vez estuvieron colgados en la pared del recibidor, pequeños candeleros. Vuelve al cofrecito sintiendo que se eriza su piel cervical, se siente confundido, agita la mano derecha frente a su rostro espantando sin fortuna algún fantasma tenaz que lo obliga a salirse del camino seguro de cajas apiladas y adentrarse en el tembladeral que las sombras de la tarde ya truecan en indescifrable.

Enciende la linterna del teléfono móvil al tiempo que cae golpeándose con varios trastos en una carambola que en otro momento le hubiese arrancado una carcajada. Un poco de sangre en un muslo, maldito cuerno, se va a manchar el asiento del auto. Otro en un raspón en el codo izquierdo. Ante sus ojos el cofre que obsequió a Greta cuando sellaron sus labios para el mundo exterior a su laberinto compartido. En un rincón cercano, un par de lauchas ladinas atisban huidizas, demasiado alboroto, no hay razón para no volver más tarde.
Se pone de pie mascullando bronca y decide llevarse un par de cajas nada más. Algo de vajilla de valor y un par de acolchados contentarán a su esposa. Lo demás, muy comido por las ratas dirá, no vale la pena. Con un bolso viejo improvisa una venda para su pierna, que parece obstinada en sangrar.

Saliendo, recuerda al laberinto cretense, aborrece su estulticia, la tonta atracción del cofrecito que solo era remedo de un tiempo ya muerto y comprende que no hay monstruo que matar que no sea el que lleva bajo su piel, ni hilo que se constituya en su guía ya que todo lo usó para enredar a su esposa. Un minúsculo chapoteo lo lleva a conectar su sangre con el ovillo de Ariadna y con el remanido cuento del cordón rojo mientras trata infructuosamente de escudriñar el otro extremo imaginándolo real. Y apura hacia la puerta.
La noche cae como telón que todo lo sepulta. Solo falta que el auto no arranque, que se transforme en un barco de velas negras y que la flamígera corona de estrellas de Teseo –al levantar la vista– sea la última visión de quien solo tenía que cerrar una casa.

13 comentarios:

  1. Muy bien contado, a partir del juego entre Creta y Greta, que llevó hasta el juego entre Ariadna y Adriana.
    Saludos.

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    1. Gracias, Demiurgo. Cosas que se ocuren cuando no tenés tanto tiempo para hacer el escrito.
      Saludos

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  2. Pues me ha parecido enormemente imaginativo. Esa mudanza, quién sabe si realmente llegará a buen puerto, porque hay muchas señales de malos augurios, cretenses, eso sí :-)

    Un abrazo

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    1. Ya lo creo, parece que no le fue tan bien como al griego...
      Saludos

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  3. He sentido el desconcierto, el miedo y la urgencia, las ganas de irse de allí, en medio de esa penumbra que apuntala las inseguridades propias de un personaje que tal vez huya de sí mismo. Muy bueno.

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    1. A veces las cosas salen mal porque uno las provoca!
      Gracias, saludos!

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  4. Pero que exigencia y que lindo desafío! Me encantó eso, espero que llegues lejos entonces, abrazo grande...

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    1. Jugué por la única ambición de obligarme a escribir. Fue muy placentero!
      Abrazo!

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  5. Por el nombre del equipo Koh-i-noor suculento, ya deberían darles un premio.
    Creo a ese jurado no le gusta la buena literatura, ni la mitología, ni los astros.

    Abrazo de... ¡Que nacieron hijos nuestros...

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    1. El nombre lo ideó uno de mis coequiper y me pareció fantástico.
      Lo de la evalución, bueno, creo que algunos textos (no solo míos) cayeron en un jurado al que le gustaban otro tipo de relatos.
      Abrazo de lo de siempre, no innovar con la paternidad.

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