- Sí, están reactivando la línea Buenos Aires-Rosario.
- Pero no, gil del peluche, me refería a la del pueblo.
- Ah, sí, se está reactivando con los linyeras que pasan con morral al hombro, ¡Ja! Dejate de joder...
- Pero sos cabeza dura... Te digo que sí.
La etílica controversia duró lo que la última botella de un dudoso tinto Tocornal, el vino de la casa de Juancho's Bar, tugurio que a la vez hacía de terminal de colectivos en Arroyo del Pollo a unas leguas de San Nicolás.
Los trenes se habían ido sin pompa mucho antes de que Carlos Saúl vendiera hasta la abuela. Allá por los sesentas, mientras la región tornaba en chimeneas su sueño industrial, Arroyo del Pollo empezó a decaer, tanto que los milicos en el 79 levantaron todo recorrido férreo.
Omar, el escéptico, y Claudio, el creyente, debatieron refutándose -o entendiendo que lo hacían- mutuamente los argumentos y datos. Volviendo del bar...
- Lo vio pasar el sereno de Campestrelli, la otra noche. No lo podía creer. Después lo vio también la Elsa otra noche. Y la Elsa no miente, va a la iglesia.
- Ah, claro... Me quedo más tranquilo, Claudito. El borracho del sereno y la puta de la Elsa que se ve que andaba en algún revuelque esa noche.
- ¿La Elsa es trola?
- Menos que tu hermana, dale. ¿Encima dicen que pasan trenes viejos? Mirá si el gobierno va a poner catraminas en las vías...
- Es tarde. ¿Querés que vayamos a la estación y nos sacamos las dudas?
- ¡Vos tendrás dudas, yo no! Les creo a esos dos.
- Ah, cagón, no venís porque es toda una gran mentira.
Y fueron.
- ¿Hasta qué hora dura la apuesta?
- Hasta que dura la noche, supongo. Siempre los vieron de noche.
- Y si por puta aparece uno, ¿que hacemos?
- No sé, Omar, ¿estás cambiando de opinión?
- ¡Ja! Bromeo, Claudito, bromeo...
Dicen los que saben que las horas más oscuras son las que preceden el alba. Los tintos vapores hacían su juego entremezclándose con la oleosa niebla. Ambos sentados en el viejo y descascarado banco de la estación. Uno con la cara hundida entre las manos, codos clavando los muslos. Otro recostado hacia atrás, algún que otro ronquido y sobresalto.
- Cla, Claudito... A... allá viene.
- Dejame dormir, puto.
- ¡Viene, te digo, por mi vieja!
- Sí, claro, Omar.
Hendía la niebla una luz horizontal que crecía con el lamentable traqueteo de una locomotora secular. Los sonidos se agravaban cuando el andén de pasajeros era tragado por la luz, mientras el vetusto tren intentaba frenar. Claudio buscaba con la vista herida al maquinista, vano esfuerzo. De un salto, Omar clavó la vista en la puerta del primer vagón y empezó a caminar hacia ella con un paso primero vacilante y luego decidido.
- ¡Vení, boludo! ¿Adónde vas?
Sólo el ronquido apagado de la bestia de metal y madera estacionada respondió.
De súbito, la máquina comenzó a bufar al instante de que Omar se hubo trepado de un salto al vagón. Claudio se aferró al banco cerrando los ojos, el vapor lo envolvía reforzando la niebla circundante.
- ¡Se fue el desgraciado! ¡Viene un tren fantasma y no tiene mejor idea que irse este hijo de puta! ¡Ya sé! Se lo pensó bien... De ser un perfecto útil para nada, borrachín de bar con una vida de mierda, prefirió quedar en la leyenda. Arroyo del Pollo por décadas, qué digo, por siglos hablará de Omarcito Sánchez, el que se fue en el tren fantasma.
La niebla seguía densa, penetrando todos los rincones, pero el alba se anunciaba. Sería un bello día. Cuando pudo se puso de pie y rumbeó para su casita, pateando cascotes.
- Omarcito, al fin serás alguien. Te voy a extrañar, desgraciado.
Sintió frío. Respiró hondo.
- Haber ido con él, la pucha digo...
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Tarde, pero inseguro, colaboro con la convocatoria juevera en lo de El Demiurgo de Hurlingham, donde encontrarán más y mejores relatos temáticos.
Está muy bien planteado. ¿Que pasa si alguien se sube a un tren fantasma? Y lo llevaste a tu estilo.
ResponderBorrarNo quería faltar, master. Eran muy buenas y variadas las propuestas para la convocatoria y como el tiempo no me daba para mucho elegí la que me permitía un relato sencillo.
BorrarAbrazo
Muy conseguido el diálogo entre los dos borrachines aunque algunas palabras se me escapan por desconocidas....pero me ha encantado! Mezclas muy bien el misterio del tren y por otra parte la naturalidad con que se toma Claudio la desaparición de su amigo...simplemente genial!
ResponderBorrarUn abrazo
Muchas gracias por tu apreciación, Caro. Como es un diálogo muy de por aquí abundan los modismos.
ResponderBorrarBesos
Muy ameno tu relato, además de mantener ese lenguaje que es "bien de acá", de entre casa, digamos. Dos personajes singulares y un tren fantasma que vaya a saber uno qué destino tendrá. Para no olvidar al viajero que en él se fue. Buenísimo aporte!
ResponderBorrarBesos!
Gaby*
Gracias, Gaby!
BorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarMe intriga saber hacia dónde conducen los trenes fantasmas.
ResponderBorrarAl final de cuentas, tenía razón el hombre... ¡Muy buen relato!
Un beso.
Gracias, Locura!
Borrar¡Excelente Oso! Me gustó mucho, tiene esa cosa mágica que los trenes reales tienen por si mismos y la cuota extra de los trenes fantasmas.
ResponderBorrarRecuerdo cuando se recuperó la línea Buenos Aires-Rosario y empezó a pasar ese tren largo y con coche comedor por José León Suárez, una vez por día de ida y otra de vuelta. No me acuerdo bien que año pero verlo pasar después de lo que le hicieron a los trenes en los noventa, fue un hito y ahora que se encuentra entre los recuerdos (ya no vivo allá) es algo tan onírico como tu relato.
Me gustó el perfil del personaje Elsa, debería tener su propio relato.
Abrazo
Siempre los trenes tienen una especie de misterio, viajes o no en ellos, se me ocurre.
BorrarVamos a ver si se me ocurre algo para la Elsa!
Abrazo
El diálogo es de lo que me parece más complicado, en cambio a ti te quedó agil y encajado en el texto, dandole mucha fuerza, Me gustó.
ResponderBorrarUn abrazo.
Los diálogos me cuestan bastante, sobre todo porque me gustan naturales, pero a veces no alcanzan para explicar a quien lee.
BorrarBesos
Me ha gustado mucho tu relato. Ha ido creciendo desde la incredulidad de uno de ellos hasta la constatación de la existencia ¿real? de ese tren fantasma, junto al sorpresivo final de ese subirse al mismo desapareciendo con el.
ResponderBorrarUn abrazo.
¡Gracias, Pepe!
BorrarMuy bueno Oso! No sabía la consigna así que ese final fue toda una sorpresa.
ResponderBorrarAbrazo!
Es como un modo de obligarme a escribir algo, Netius!
BorrarAbrazo!
Premonitorio lo suyo parece que vuelven los trenes nomás, Algunos, imagino, deben parecer como aquel que tomó Omarcito. De todas maneras una experiencia digna de llevar a cabo, creo anduve en tren dos o tres veces en mi vida pero me gustó, ese andar cansino que permite ver el paisaje despacito es lindo o al menos para mí lo fue.
ResponderBorrarUn besoabrazo y siempre un disfrute leerlo mi estimadísimo Oso.
REM