
Vivía al lado del Gabri, a una cuadra de las Dos Rutas. Un día apareció con otro pibe un poco menor, un sobrino. El gordo, que tenía un ojo privilegiado para los apodos, enseguida le puso Bataraza, ya que tenía un par de mechoncitos blancos entre sus negras matas de pelo hirsuto. Y tal vez porque daba por descontado que sería otra gallina riverplatense. Éramos muchos y daba para tres o cuatro equipos de siete. Y el Gabri, que siempre se tentaba en ventajear, quiso atajar y hacer la pisadita para sumar al Bataraza antes que los demás. Si el cordobés era bueno, el sobrino tendría que serlo invariablemente.
Fue uno de esos días que a la distancia y la vuelta de los lustros, uno quisiera haber retenido como se hace hoy en fotos o videos. El Gabri perdió en la pisadita, adrede pienso. Quedó tercero. El primero eligió al Edu, que siempre la rompía; el gordo, segundo, al cordobés y él, relamiéndose: pasá pa mí, Bataraza...
Apenas empezado el partido llegó la revelación fatal. Era malísimo, difícil de describir con palabras. Era de esos que le dan con la canilla porque la pelota venía picando. De esos que cuando alcanzan a duras penas a dominarla, se la pasan al rival mejor acomodado. Tan malo que daba lástima retarlo. El Gabri, frustrado en su inocente ventajeada, lo mandó a la defensa: ¡si no le pegás a la pelota, pegale al que te pase cerca!
En el primer córner, la pelota venía alta. El Bataraza era malo para el fútbol, pero encomioso en la tarea asignada, así que levantó la derecha como un karateca justo para sacudirle la oreja al Gabri, que ya la tenía grandota antes del patadón.
No sé si el Gabri estaba colorado por la patada o por el fracaso, por las risas de todos dirigidas al él, pero de reojo al Bataraza, que de las más altas expectativas pasó a delinearse como perfecto inútil.
A un costado, el cordobés no se reía, pensativo. Tal vez evaluando que hubiese sido mejor avisar antes de la condición futbolística del sobrino. Tal vez humillado en el orgullo familiar. O tal vez sospechando que el Bataraza nunca ocuparía un lugar de consideración como el suyo en un barrio en el que estaba de paso.
Alguna vez lo volví a ver y me pregunté si en alguna otra pisadita lo habrían vuelto a elegir entre los primeros; él, que siempre quedaba para el final después de la fatídica tarde en que el cordobés lo presentó. Pero no me respondí, me limité a poner la cabeza en otra cosa, en una de esas para no contabilizar las veces en que la vida, como a todos, me regaló la posibilidad de ser el último del reparto, como el orejón que mira la boca del tarro desde el fondo esperando que una mano lo redima, aunque lo lleve a la muerte.
Soy un queso total para el fútbol pero me recordó a El fútbol a sol y a sombra de E. Galeano.
ResponderBorrarEvocar ese librazo no es poco. Gracias, Abru!
BorrarTodos nos sentimos el último del reparto alguna vez, pero hay que porfiar y porfiar, para avanzar el casillero.
ResponderBorrarY si no se puede, seguir porfiando...
Le mando un beso.
SIL
Hasta que alguna mano nos redima.
BorrarBesos
Fue un error dar supuesto que el pariente de un buen jugador es necesariamente un buen jugador. Algunos talentos saltan generaciones.
ResponderBorrarAsí es. Los pibes también prejuzgan, los grandes somos especialistas en el ramo.
BorrarBataraza: Gallina que pone huevos sin ser de raza??
ResponderBorrarSi es esa tu metáfora me parece genial! Menuda mente más aguda, Sr. Oso!
Un beso y un café.
Algunos dicen eso de las gallinitas como la de la foto.
BorrarEn cualquier caso, no está lejos...
Besos
Un final filosofal don Oso! El fobal nos sentencia en cuanto a aptitudes y uno debe vivir con eso el resto de sus días.
ResponderBorrarAsí es, Neto. Y a veces esto se traslada a otros ámbitos.
BorrarAbrazo
ojalá pasara siempre así con los que quieren sacar ventaja...
ResponderBorrarera malo porque era gallina, de River je...
salu2 sr...
No sea cosa que tenga razón, che...
BorrarAbrazo