Quien haya llegado a esta sala de espera por dolencia propia o acompañando a un familiar cercano y tome entre sus manos estas hojas garrapateadas con desgano tendrá para sí la posibilidad de pasarlas por alto privilegiando la lectura de revistas de moda o actualidad. No constituya esta parrafada inicial una amonestación o advertencia para con quien así proceda, por el contrario se trata de un susurro suelto al pasar como quien avisa que el camino que sigue es de duro ripio, tal vez desolado y raras veces acogedor. Sin embargo, este cronista intuye que de algún extraño modo espera encontrar quienes desoyendo el desalentador aviso procedan a su lectura con la esperanza de que sea menos tortuosa que el próximo examen o dictamen de ese ser de blanco, minotauro incómodo de laberinto sin vueltas, que se agazapa tras su escritorio ayuno de buenas noticias.
Se dirá que unas simples hojas manuscritas no constituyen material deseable de encontrar en el revistero de una sala de esperas. Es que nadie mencionará lo secretamente aburrido que es ver las mil caras iguales del escándalo de la estrellita de turno denunciada por una par -que ya no cree serlo- y conminada a reconocer la existencia de la atroz celulitis -pandemia asoladora- en algún rincón de sus muslos.
Otros, y los habrá, serán capaces de desacreditar estos escritos no por falaces sino por no constituir más que un manojo de cuartillas abrochadas con un clip oxidado y seguro de su reciedumbre pero no definitivo. Quizás, peor sea el destino de estas palabras entretejidas con aguja de crochet y aun así semejantes a tosca arpillera. Quien traza en azul birome estas líneas trabajosamente legibles intuye destinos que van desde la bolsa negra de renovación de revistas hasta el símil de arcilla en que un niño babilónico grabará sus cuñas. Pero no distingue o visualiza quien intenta narrar otro modo de hacer llegar a alguien que valore o recree estas crónicas que el infecundo revistero, donde tras las candilejas televisivas bastará que uno -afirma- solo un agudo lector configure en su imaginación una historia que por atroz o anodina, qué importa, eche a rodar el guijarro que inocentemente contagie a otros su impetus y se convierta por esas cosas de una incertidumbre que otros explicarían mejor en un fenómeno cuyas consecuencias no pudieran preverse tan azaroso es el porvenir.
Se trata, si no se lo ha mencionado antes, de la historia de Nicolás Elarroz, un muchacho entre otros que alguna vez habitaron la ciudad y viviendo aventuras tan increíbles como sorprendentes, grabaron su nombre en una piedra llamada olvido.
(ah, continuará... en el mejor de los casos)
No colaría ni el arroz, pero esa piedra del olvido le robó protagonismo a la Revista Caras, aunquiiiii sea por un ratito.
ResponderBorrarUn beso
:)
SIL
Como olvidar un nombre así, pero en la vida uno ya no se sorprende con nada.
ResponderBorrarLindo tema el de las salas de espera y el revistero. Vaya si ha leído cosas uno en esos momentos.
Un abrazo!
SIL, NETO:
ResponderBorrarOlvidé poner que no todo termina ahí, para mal de muchos...
Besos y abrazos!!
Muy buen comienzo, quedo a la espera de su continuación, Oso, por favor, "no en el mejor de los casos", dale, seguila.
ResponderBorrarJ&R
He de confesar que he soltado una carcajada, muy gratificante para la salud todo hay que decirlo y por ello te doy las gracias…cuando he leído aquello de llevártelo ante el descuido de esos otros condenados a la espera…sencillamente, me ha encantado leerte y sentirme con una gran dosis de curiosidad con respecto al desenlace…
ResponderBorrarBsazos amigo!
Muackss!! ;-)
Bueno Oso, esperamos la continuación, no nos dejes así...ya puedes decir que también nosotros hemos preferido la historia a las revistas...Buen logro!
ResponderBorrarBesos!
J&R, GINEBRA, DOÑA TITA:
ResponderBorrarHabía escrito sendas parrafadas para sus comentarios, pero el amigo blogger me lo deshizo en un soplo.
Gracias, besos y abrazos
Oso, es que blogger en cualquier momento pasa a llamarse blooper.
ResponderBorrarYA lo creo, Netox!!
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