- Ha venido el cura, - me dijo Adonis Torre con la frente tornasolada de un sudor que adivinaba dulcemente repulsivo- me ha preguntado cómo estoy, qué necesito... Extrañas preguntas para alguien a quien no conoce. ¿Lo trajeron ustedes?
- Se nos coló. No queríamos...
El rancho de Adonis, casi contiguo al de Jovino y el Carancho, era lamentable, pero se intuía digno. El piso de tierra bien asentada, algunas banquetas de madera, una silla que terminaba de desfondarse de lustros, un par de utensilios colgados en la pared de una sala que antecedía al único dormitorio. La sala hacía de cocina y estar; aunque estar, lo que se dice estar, se estaba afuera. En verano a la sombra de los eucaliptos; tratando de que los oblicuos rayos de sol lo atraviesen en invierno, cuando el frío adentro del rancho era insoportable.
Nunca quiso colgarse de los cables de luz para lamparitas o calefacción de rueda de bicicleta o elástico metálico de cama. La habitación se separaba de la sala por un mantón grueso colgado a modo de cortina. Seguramente su intimidad valía más que tenerlo en el camastro para cobijarse. Seguramente, también, lo descolgaba para entibiar más ese desprolijo cubil que a veces construía con alguna de las muchachas que lo veneraban hasta la adoración.
A unos tres metros, por detrás, contra el zanjón, estaba el excusado, cuya puerta consistía en un tambor de lata aplanado hasta engancharlo con bisagras de alambre.
- Pero vino. Me habló de cosas diferentes a las que charlamos con ustedes- dijo, levantando una ceja.
- Y sí... Casi no tenía palabras para explicar por qué. O necesitaba demasiadas. Lo único que teníamos para dar era esperanza y no nos desbordaba.
- La religión es un poco rara hoy día. La gente tiene cada vez menos fe, pero es más supersticiosa. Fijate el cura éste. Vino y en cada casa prometió conseguir colchones y mantas.
- Pero se sabe que no va a volver. Usted lo sabe. Por eso no queríamos que apareciera-, afirmé fijando posición.
- Pues no sé en qué se diferencia de los políticos corruptos. El mismo Jovino se pone piadoso cuando llega el cura. Porque el cura sabe que tiene poder. Y promete, promete el cielo, promete mantas, qué sé yo. Promete pero no se compromete, si usted me entiende- sentenció dándose vuelta para revolear yerba en el patiecito barrido.
- Cómo no voy a entender. Tratar de entender eso es casi, casi, mi especialidad. El sol se escondía rápido mientras apreciaba cómo se estiraban las sombras de la fría tardecita.
- Bueno, la tiene fácil el coso. Te dice lo que tenés que hacer para ganarte el cielo. Todo depende de vos. A él le toca recibirte, sermonearte y perdonarte si se le canta. Nada que ver con lo que yo creía.
- Me interesa lo que usted creía, dije estremeciéndome.
- Pero casi no me acuerdo. Me crié en Formosa. En el pueblo había unos frailes que no nos enseñaban las cosas religiosas. Al contrario, nos mostraban que la fe nacía de las comunidades, de que nadie valía más que nadie y que los evangelios y esas cosas eran buenas noticias. Que valía la pena ser buena gente y unirse para vivir mejor y para morir mejor- soltó al pasarme un matecito de lata que se adivinaba enlozada antaño.
Y así, bañados en las sombras cada vez más profusas de calle Pampa, charlaba con ese tipo que nos sacaba más de treinta años. Un tipo al que la gran mayoría de la gente no se le acercaría en la calle, pero que a veces reflexionaba con filo tan mellado como persistente.
Cuando volvía a casa, pensaba en las multitudes que se reúnen en San Nicolás, en el diluido intento de milagro convocador villense, en las formas múltiples en que se presenta la infamia -que no es propia simpre de los otros-, en el discurso religioso como dominación y no como liberación. En plena noche, solo algunas estrellas perforaban el gran manto.
La grieta entre lo que soñábamos y lo que vivíamos era descorazonadora.
Nadie dijo que el Mesías vino a fundar una religión...pero los hombres se han construido sus buenos montajes a costa de un mensaje liberador, que al final ya no suena como tal...
ResponderBorrarSi ahora volviera, seguro que mas de uno se llevaría una sorpresa...
Oso, eres un maestro en este tipo de relatos. Me maravillan,
Besos!!!
El milagro verdadero ocurre justo donde no ponemos la mirada.
ResponderBorrarLa sociedad- que integramos- los ignora sistemáticamente, y distrae el ojo con cualquier fuego artificial que se le presenta.
(porque es menos comprometedor)
Estoy de acuerdo con Paloma.
:)
Un beso
SIL
A Adonis no lo recuerdo, a Jovino lo tengo más presente,que puedo agregar Maestro...la grieta se ha ensanchado con los años pero uno se resiste a eso y se inquieta el corazón que no ha sido semilla.-
ResponderBorrarAbrazo Oso.-
DOÑA TINTA:
ResponderBorrarMás de uno nos llevaríamos sorpresa. De eso estoy seguro!!
SIL:
Allí es donde ocurren los milagros. Y a veces no son tan infrecuentes...
YUS:
Toda la razón y el corazón. Adonis andaba por ahí y lo exiliaron con el resto.
Abrazos y besos!!
Las verdaderas reflexiones se encuentran en las personas cuyas almas están dispuestas a ver. La de Adonis, veía y bien. Que lindo relato. Que linda gente que pocos supieron aprovechar para aprender.
ResponderBorrarUn abrazo!