Postal de la cuadra

Jóvenes de los sesenta, retazos del sueño industria,
lentos como el sol de la tarde, eternos guardianes.
Seseras insolentemente argénteas tramitan vecindades
bajo el firmamento que llama y llama y llama.

Los tejidos ceden bajo los muros, altas sombras
revelan denuedos de estirpe creciente.
Los que se van ceden tiempos, figuras, recortes de ventura.
No hay misterios si todo es misterio ni mansedumbre
si impera el silencio.

No están ni Fulgencio ni el viejo gringo ni las ranas
del comité cantor que hicieron la noche de tinte de radio.
Cavidades de ausencia que llenan los lustros
confluyen en ritos que a otros ritos evocan.

Ya los gorriones preguntan curiosos por nuevos
vecinos que claman letanías a dioses privados.
Y las esquinas sedientas de verdes prometen vidrieras,
confunden caminos, se muestran desnudas
de algazara, ya serias.

No hay perro que ladre a la chancha que sube la barranca,
demasiado tienen con techos linderos.
Se busca a esa fiesta, esa que se fue, pero sin carteles
ni asomo de plebe industriosa en la gran parrilla que ahumaba los fresnos
y sin embargo aúlla el libre pampero al cruzar feroz,
impenitente, soberbio, barriendo avenidas, nostalgias, remedos.