Te dije lo del dije.
Que iba a traer problemas, eso te dije.
Eras de las que caminaban a paso firme aun con las baldosas flojas después de la lluvia. Seguirte era una aventura, ibas decidida, las veredas se arrellanaban cuando presentían que venías. Seguirte imponía la extraña obligación de desprenderse de toda pesadumbre, había que casi flotar sobre el suelo para poder enunciar esa resobada frase de caminamos juntos.
Llevabas la soltura como ese distintivo inequívoco y refulgente que me llevó algún día atrás a saber que no hubo ni habrá otra mujer en la tierra capaz de estallar mis ojos en colores de cartel de magical mystery tour. Y no llevabas collares ni anillos ni cadenas. Solo un par de aritos toroidales, diríase insignificantes, un poco tribales, como para dar a entender que una modesta vanidad puede ser un atavío dígno y precioso a la vez.
En el pelo, nada. O una cinta, un cordón, o algo que prestase utilidad cuando te disponías a leer, que era la obra más seductora de cuantas elegías pergeñar para tenerme en una apenas tensa expectativa sobre esos gestos insignificantes que no sé si planificabas, pero que siempre parecía que no.
Tomás algo que te encanta y caes en el encantamiento, tan así es. Y un encantamiento hace lo posible para mantenerte en ese estado, encantada. Se me ocurre que lo único que pretende un encantamiento en el caso de asignarle una voluntad es lo de mantenerte en ese estado donde quedan como retenidos algunos de los rasgos que se te hicieron naturales, precisamente por esa extraña voluntad externa que dejamos que someta a la interna.
Y tuvieron que regalarte ese dije. ¡Un dije! Un dije no es nada, tenga forma de mandala, crucifijo o pentagrama es un cachito de material con una forma caprichosa a la que la gente le asigna algún valor, a veces mágico, a veces depósito de nuestros deseos y anhelos, a veces algún poder protector. Te lo dije, no te hace falta lucir ese dije. En todo caso el dije se luce con vos, pero nada más. A vos no te suma nada, ni gracia ni belleza, lo que sería casi una tarea imposible.
Por supuesto, te lo colgaste -de lo contrario no estaría escribiendo estas desgarradas líneas- a minutos de que tus ojos vivaces lo acariciaran indeciblemente. Al principio, como en las pésimas películas de terror, no pasó nada. Solamente te vi llevar un par de veces la mano sobre el escote para notar si estaba allí lo que sabías que estaba. Farfullé para adentro que era la falta de costumbre y que ya iba a pasar, que un día te lo sacarías y chau pinela, no más metalitos sobre la piel. Tomaba distancia solamente para observar si la presencia del diminuto artefacto era capaz de engalanarte en algo, de aportar un brillo, de destacar tu figura. Nada.
Una noche de esas que ansiábamos compartir a solas me pediste que tenga cuidado con mis caricias -confieso que no soy precisamente un terciopelo en cuestiones de la pasión- porque podía hacer caer el dije. Tuve que moderarme en algo que días atrás dejábamos fluir en complicidad riente.
A la semana elegías la ropa para que combine con el dije. Yo, que adoraba esa libertad que era tu olor y aura, que te ponía por sobre lo que te vestía, te sentí un poco acotada, embretada por lo que el maldito dije decía y ordenaba.
Con qué necesidad toma uno algo que no necesita, me preguntaba. Hay que acordarse de quien fue uno, para luego aprestarse a reconocer quien ya no es. Y por supuesto, qué queda de lo que uno fue. Te lo advertí, en uno de esos escasos momentos clarividentes de mi vida. Pero no, vos vas y metés la cabeza en las fauces del bicho. No sin sentido se dijo siempre eso del poseer. Uno posee las cosas que lo poseen.
Así fue y así lo cuento, para que escriba quien puede, para que escriba mi hermana -a quien tanto debo y deberé- ya que ella es mi voz y mi letra desde el día que entre el dije y yo no quedó más (irremediablemente, creo) que una elección. Y la hiciste. Hundiste mi pupila izquierda con la colita del extraño símbolo que no decía nada pero punzaba tu ánimo. No alcancé a cubrirme el ojo herido que sentí la misma puñalada en el otro.
Hoy no recuerdo tu belleza, solo martilla mis cuencas huecas ese simbolito inocente del dije que -te lo dije- no te era necesario.
Aporte para los relatos jueveros. Invitado por El Demiurgo de Hurlingham
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Que bien que te sumaste.
ResponderBorrarBien contado.
Una tragedia para el personaje, que tuvo la mala suerte de conocer a esa mujer. Que ocultaba una desquiciada violencia, que la obsesión por ese dije potenció. Seguramente habría sido otra cosa, de no ser el dije.
Y los dos ojos, a falta de uno,
Saludos.
Mi locura afloja un poco y bueno, despunto el vicio. Gracias por tenerme en cuenta.
BorrarEs un relato que tenía empezado, así que le dí un cierre, no necesité laburar demasiado, jejej
Un fuerte abrazo
Los dijes siempre son imprevisibles tanto en lo bueno como en lo malo.
ResponderBorrarMe gustó tu relato, muy original.
Gracias, cuando te regalan uno, tenés que tener cuidado, jajaja.
BorrarBesos
Un relato donde la vuelta de tuerca está ahí mismo , el dije , lo dije nos trae de cabeza y de aquella que lo dijo sin decirlo dijo mucho .
ResponderBorrarUn buen relato donde la mente puede expresar muchas cosas .
Saludos.
Creo que estás acertada cuando decís lo de la mente, porque todo estuvo en la mente, hasta el pinch!
BorrarBesos
Creo que hasta hoy no habia visitado tu blog pero estoy alucinada, que forma más bella de escribir!! Al proncipio no "cacé" lo del dije (supongo que es algun tipo de colgante), la historia a pesar de su gota de crueldad es preciosa, besos.
ResponderBorrarGracias por tu visita. Aquí llamamos dijes a los agregados que van en las cadenitas: medallas, símbolos, etc.
BorrarEspero sigamos leyéndonos.
Besos
Era peligroso de verdad es dije. A veces uno palpita que algo va a suceder y con ese dije... sucedió.
ResponderBorrarMuy buena historia.
mariarosa
Es una historia que se asemeja a algunas tuyas, jajajaj.
BorrarBesos!
Que buena frase esa de que poseemos lo que nos posee... al final nos dominan (queramos o no)
ResponderBorrarGenial, como escribes la pasión y la angustia de ese hombre al verla cambiar.
Bss
Diste en el clavo: muchas veces nos sucede. Intenté que sea el leitmotiv de la historia.
BorrarBesos y gracias
Pues bueno, parece que ese dije fue una maldición.
ResponderBorrarMuy metafórico y bien contado.
Un abrazo
Gracias, Carmen!
BorrarJolín con tu "dije". A partir de ahora los regalitos sin aristas y menos sin rabo... que es o que me temo que está al final del principio del dije. Felicitación por el hilván que haces para tejer esta "dura" historia, no exenta de plasticidad. Nos leemos y comentamos durante 2018. Un abrazo
ResponderBorrarSolo regalaremos balones, jajajaj
BorrarGracias y besos. Nos leemos!
Qué tremendo giro!
ResponderBorrarY veo (por suerte veo y no sufrí lo del dije) que empezaste el 2018 con todo.
¡cuántas cosas tendrás empezadas esperando cierre!
Abrazo grande de amistoso de verano pa´ ir precalentando
Estoy con ganas (como siempre), pero un poco más suelto de tiempo. Así que aprovecho a sentarme lo que pueda!
BorrarAbrazo de vamo Pampa!!
Guuuuuau eso sí no me lo esperaba!...un dije para cegar a quien la adoraba! hay armas asesinas diversas, pero no me imaginaba una tan pequeña jejee
ResponderBorrarUn abrazo
Maldita la hora en que el dije pasó a ser parte de su vida. Ya sabía tu protagonista que el dije no traería con él nada bueno. Muy buen relato que me ha encantado.
ResponderBorrarGracias por sumarte a mi convocatoria.
Un fuerte abrazo.
Gracias, Pepe. Mis complicaciones hacen que casi no pueda escribir durante el año lectivo, así que hagoi lo que puedo en verano.
BorrarAbrazo!
Final totalmente inesperado, tal como se exigía en el título de la propuesta. Un excelente debut. Un abrazo
ResponderBorrarHola, María José. Participo tan poco que casi siempre es un debut lo mío. Creo que mis primeras intervenciones jueveras fueron dos o tres años atrás, pero escribo muy poco.
BorrarBesos y gracias
Bienvenido al club de los jueveros. Esperamos verte por aquí más veces. En cuanto al relato tan original como inesperado.
ResponderBorrarUn abrazo
Gracias, Max. Lo intentaré. Abrazo!
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