-Che, gordito, ¿vos no tenés corbata?
Fue lo primero que le escuché decir al Turco en la escuela cuando nos apiñabamos como mosquitas para empezar el primer grado. Una escuela era un mundo de mitos, de saber por otros, de nuevos olores y colores, de nuevas reglas. Escuela chica, de barrio, de una sola división hasta entonces. No supimos lo que era un preescolar o un jardín de infantes sino mucho después. Bueno, preescolar tenían las escuelas importantes, como novedad.
Enseguida me llamó la atención el pibito. Alguna vez habíamos jugado juntos, pues mis padrinos alquilaban una casa de su padre. Éste era un tipo rudo, hijo de siriolibaneses -turcos para todo el mundo acá- con costumbres un poco rurales, bastante cerrados, machistas a más no poder. Carnicero, porque todavía no le daba para tienda, que era su meta. Perros rabones a cuchilla y criados malos para la vigilancia.
Pero en las ocasiones públicas los turcos se presentaban impecables. Orondo con su corbata, atacó al Sergio -que era su vecino, pero casi ni se registraban-. -Che, gordito, ¿vos no tenés corbata?- El Sergio, hijo de italiano, estaba primoroso, pero el acontecimiento no era tan religioso como para los turcos, que estrenaban corbata en cada evento público.
Desde el comienzo del año, el Turco se revelaba duro para los aprendizajes y la señorita, que era una madraza, daba lo posibe y un poco más, pero no había caso. El Turco era duro de pelar...
Cabeza de Turco con querosén si había piojos, sanguchitos de un preparado de leche a medio fermentar para el recreo, pelopincho violento hasta el rape, hasta el pelopincho violento y así... Algún comportamiento brusco del Turco, que trataba a las pibas como muñecas para desarmar, a los lápices como martillos y a los compañeros como diana de tiro al blanco, le granjeó cierta hostilidad del grupo. Entonces no faltaron la caza del Turco y los limonazos -cuando no cascotes- a la cabeza más o menos certeros con proyectiles cedidos sin saberlo por los vecinos.
Yo, que me creía su amigo, no lo atacaba, pero disfrutaba cobardemente a distancia prudencial del espectáculo. Caí en ello un día en que tuvimos un maestro como reemplazante, que nos sentó a cada uno en su banco y me dio una de las lecciones más grandes de mi vida: es tan canalla el que golpea como el que goza con las manos en el bolsillo y carita inocente.
Desde ese día de tercero, me propuse valorarlo. Crecía en generosidad, aunque las chicas no se le arrimaran; día a día era más creíble, más sereno, más cordial.
Cuando terminamos la escuela nos distanciamos, yo a la técnica, él a la normal. A veces nos veíamos en el baile del Sacachispas. Claro, la férrea disciplina familiar se tornó en libertad casi total: el Turco podía fumar, tomar y, si se le daba, encamarse, sin objeciones de sus padres: había superado el rito iniciático de la adultez a los trece años. Aunque, para ser francos, el rito estaba un poco anacrónico. Había aprendido, por ejemplo, que para sacar a bailar una chica se decía: señorita, ¿me concede esta pieza? El ridículo se encargó de enseñarle al poco tiempo que el mundo fuera de su casa era más complejo que un azote del viejo y poco a poco dejó de buscar novia casamentera a los dieciseis.
Con el Turco salíamos a serenatear, cuando todavía se usaba para las fiestas, con él disfruté de la locura adolescente de sacarnos fotos en los boliches -hoy, lo más natural-, de piropear en patota alguna menina interesante sólo para que tome conciencia de su belleza y marcharnos satisfechos sin otra intención que robarle una sonrisa sonrojada; de sacarnos fotos beatles en cualquier lado, incluso a la vista de azorados milicos que veían cómo el país se le escapaba de las manos...
¿Por qué me pongo a escribir esto?
Quizás porque veo poco al Turco, que es un tipo laburador, sano, derecho como se lo mire.
Quizás porque en el mundo complejo de las palabras difíciles, la ciencia, las maravillas tecnológicas, el Turco siga siendo ese tipo simple, de mirada limpia, de sana picardía que descubrió que si el mundo era demasiado complejo, él no se acomplejaría y haría fácil lo dificil.
Quizás porque me resuena la voz tronante del maestro justiciero y asocio al Turco con esa lección.
Quizás porque la pelopínchica cabeza guarde algún golpe mío y me asalta el temor de que si lo atacan los piojos -ya que el querosén no va más- lo vuelvan a rapar y quede al desnudo alguna herida que lleve mi nombre.
Entonces, quizás sea porque le estoy debiendo otro abrazo.
[Ah, ahora me acordé que este turco es el mismo de Va, vamos del Fla, Flaco...]
muy bueno post nos entregas, me perdí mucho en algunas palabras y comprendo, pues no soy argentino...
ResponderBorrarpero esta genial
saludos fraternos
Que bonita narrativa, que tuya y profunda...
ResponderBorrarSi somos nosotros los que hacemos dificil la vida.... nos encantan los drmas, las complicaciones, los misterios, pero bueno tampoco pasa nada.. Nosotros somos los creadores de nuestras vidas a cada momento es la actuación la gran actuación.
Besos y amor
je
Estimadísimo Oso:
ResponderBorrarEn Serio: tu relato es precioso y me encantaron las palabras que usaste (bien paridas en esta zona y comprendo a Adolfo, pero a nosotros también nos limita leer cosas no argentinas...)
En broma: A mitad de tu relato, casi sospeché que el Turco de tu historia, se llenó de resentimientos y luego tuvo algo que ver con la jodita del 11 de setiembre y la Zona Cero (ja), después lo reivindicaste. (Turco, árabe, que se yo)
Pero, igual, por las dudas, seguí siendo amigo.-
Un saludo Oso Poeta.
A ver si ésta Argentina entendió bien...(porque suelo ser medio lela vió;)
ResponderBorrarUna hermosa y sentimental dedicatoria para su amigo de la infancia...con quien vivió momentos inolvidables, se nota que lo aprecia mucho y debe ser realmente una persoma formidable, para que usted se exprese así de "el Turco"...lo interpreto a la vez, como un mensaje de esperanza!
Aunque los años pasen y nos volvamos grandes, con otra mirada,señor Oso...SIEMPRE existira ese niño o niña dentro de nuestro corazón ... lo verá al momento de darle "ese abrazote" :)
Luego paso a retirar mi calificación :)
pd:a Lascivia no le ponga nota porque seria trampa ja!
Adolfo: es cierto y mis disculpas, pero sucede que se me dificulta enormemente contar cosas vividas en un lenguaje más neutro. Gracias por tu comprensión.
ResponderBorrarSedemiuqse: A tono con el mensaje de tus últimos posts. (Je!)
Sil: el Turco pudo haber salido cualquier cosa, pero es un tipo formidable. Gracias.
Passion: Exactamente, anda lela, pero no para las letras y la esperanza es lo que busco siempre. Sabe ud que tendrá un excelente... JA
je
ResponderBorrarbesos y amor
je
Oso, si me permite, quiero recomendarles a sus lectores el primer relato suyo que leí: http://losapuntesdeloso.blogspot.com/2008/03/carlitos.html
ResponderBorrarSobre el relato que nos trae a estos comentarios, ya se lo he dicho en Villeraturas. Una perla sobre la amistad.
Por el amor de Dios y de toooooooda la patota bíblica, si esto no es cariño...el cariño ¿ANDE ESTÁ?
ResponderBorrarHermoso.
me encantó, oso
ResponderBorrarahora, parece una historia de pueblo de hace mil años! jaja
cómo cambian los tiempos...
saludos!
(me hace acordar a esas películas en blanco y negro que dan en Volver, cuando los niños de escuela tenían guradapolvo con tablitas como las niñas, peinado raya al costado con gomina, pantaloncitos cortos, zapatos y hablaban todos con voz finita)
Hola! Te cuento que cometimos un gran error con vos... pensamos que te teniamos anexado a nuestro blog y no era asi, hoy revisando algunos enlaces nos dimos cuenta que no estabas, si entras al blog te vas a encontraer en la seccion de paginas amigas.
ResponderBorrarComo siempre muy bueno el texto, Oso!
Es linda la historia que nos regalas, Esperemos que esas bonitas amistades continuen vale :)
ResponderBorrarmuchos abrazos, besos vale :)
un abrazos al turco claro