El año pasado se jubiló (algo de júbilo habrá en ello) Susana Caligaris, una profesora entrañable, de la que todos hemos aprendido mucho más de lo que se ve a simple vista. A falta de una mejor explicación de los motivos por los que no pude asistir a la despedida organizada por los compañeros de la escuela, me dediqué a recoger en este pobre texto un ramilletes de vivencias intransferibles, disculpándome de antemano por aquello que no pueda inteligirse. Se trata de pequeños guiños a un grupo de gente que no sabe que busca la utopía perdida...
En agradecimiento
A mi maestra de arte
Las manos de artista que vibrantes
disciernen olores y dolores, que vieron
dedos vacilantes, lágrimas y soles.
Las que supieron hablar y pensar,
que pudieron decir el sentir;
no el ojo fijo bajo candilejas, no.
Las que sostienen, detrás, debajo,
las que contienen, pero miran.
Las manos que avergüenzan los sitiales,
que modelan las historias del creciente.
Las que, al aire, encendidas, eluden
el oprobio y nos llevan de paseo
a alborozar mañanas allá lejos.
Las que prometen amaneceres nuevos
de atardeceres demorados.
Porque crean y creen, que aún anuncian y denuncian,
que en el volver no está la vida, sino en el devenir.
Y sí… porque tardío coche gris no olvida
las promesas de mañanas soleadas en rosario,
de lluvias que te llevan, quizás no,
de enormidad de adriana que te grita,
de parecidos a uno mismo y no al hermano.
Porque al dibujarse uno mismo se realiza,
sangre y cebolla del sueño de bohemio parís idealizado.
Y sí… porque hollado el patio oyente de avatares
siente lo que siente que siente que le falta.
Y sí… porque el tiempo esculpido no se agrieta,
se suceden el aula del artista, el lápiz que se pierde,
la hoja que acaricia…
Y sí… porque no consigo entender lo que no entiendo
y la historia se cuece, no se trueca
y la mano del artista la adereza.
Regalo a tu maestra.
ResponderBorrarCariño y entusiasmo.
Y talento.
Un saludo OSO.