De pasada, como robado a un recuerdo tuve la inspiración. ¡Carreque! Y fui a probar mi teoría. No se me daba la oportunidad, pero llegó; porque supe esperar, alto el talante.
Sabía que mi antagonista no estaba a mi altura; pero qué más, como robarle un chocolate a un niño. Ahora, uno nunca sabe. Bajo el poncho de la inocencia puede estar la faca trapera.
Me planté. De frente, como los hombres que no temen hados infaustos. Miré a los ojos al ser que me enfrentaba.
Esperé su ataque. Con un dejo de vergüenza debo decir que lo provoqué con veleidad del tonto de la barra que provoca una gresca.
En un rotundo giro de su cuello me miró como lobo acorralado por la jauría.
Era un ejemplar de no más de dos o tres años como mucho. Movió sus fauces como para articular un rugido y desde sus encrespadas entrañas brotó un: ¡Salí, malo!
Y ahí nomás, sin mediar entremeses le solté: ¡Y vos sos un carreque!
Cuando revolvió sus facciones para soltar el llanto, me supe vencedor.
Teorías probadas. Las dos.
Carreque es un buen insulto para descolocar inocentes y yo soy un pelotudo.
(Importado de El Hueco del Vermis, 12/02/08)
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