ETERNO RETORNO

Estas historias son como lanitas sueltas que la nona va ovillando en un bollito y una vez que adquiere volumen, las va desovillando para hacer algo con todas como si fueran una sola cosa. Así son estas narraciones, dichos, frases sueltas, conjeturas patinadas por una memoria tenue que -a veces- toman forma en la mano de quien las intenta reunir.

miércoles, 29 de junio de 2011

Fuegos que se fueron

Aclaración válida para malentendedores (a quienes bastan pocas palabras): 
Quien escribe no es de los que no pierden ocasión de proclamar que todo tiempo pasado fue mejor. Los tiempos discurren, no deben ser mejores ni peores a priori; aunque sospecho que -por propio cristal con que miro o por esa cosa llamada esperanza tal vez- por lo menos no son peores los que estamos transcurriendo a los que fueron. Sin embargo, no juzgo mal verificar algunas ignorancias adquiridas individual o colectivamente. Dicho esto, ahí va.

Esta tardecita salí a la vereda. Un tenue olor a goma quemada me devolvió una sonrisa breve. En algún lado, alguien estaba haciendo la fogata de San Pedro y San Pablo. Rápidamente miré hacia las dos rutas sólo para confirmar lo que sospechaba. No había fogatas allí. El olor venía de lejos, de muy lejos, supongo.

Entonces recordé la morriña de un amigo añorando -por feisbuc- los tiempos infantiles de la loca danza ahuyentando el frío alrededor de las grandes fogatas. Y me sentí ofuscado, cacheteado.
La cagamos, creo.

Formamos parte de una generación que decidió esconder la magia. Y arrodillarnos ante la farsa racional, que hemos abrazado como la fe de nuestros tiempos.
Creemos que encender una fogata es algo malo. O peor, que no tiene sentido hacerlo.
Enseñamos a nuestros niños que quemar ramas, muñecos, trapos, gomas y aerosoles daña el medio ambiente, perjudica a las generaciones por venir y quién sabe qué otros males acarrea. Pero nos cuidamos muy bien de decirles que el fuego compartido nos conecta con nuestros ancestros que lo necesitaban para sobrevivir, que nos abre al compartir el mate, el vino, las canciones. Que nos pone en círculo mirándonos las caras encendidas por la fascinación de abrirnos al misterio, a los otros, al gran otro que nos empecinamos en buscar.

Creemos que las chispas arreboladas, el crepitante fuego de las ramas medio verdes, las explosiones de desodorantes ponen en riesgo la salud de los pibes. Creemos que transpiran bajo los pulóveres y gorros de lana y luego pueden resfriarse. Y es cierto. Es cierto aunque en decenas de años no haya visto un solo pibe ni una sola piba con lastimaduras serias por la fogata. Y jamás se hayan apestado mis hijas volviendo a casa teñidas de hollín, con la respiración entrecortada, felices de haber tocado el infinito, de haber ahuyentado un rato la oscuridad, de haber quemado algunos miedos atávicos. Con tanta alegría estallada en el rostro que avergonzaría a cualquier rito racional, serio y productivo.

Por supuesto que las autoridades estarán exultantes. Y mucha gente civilizada también. Se dirá que han tenido éxito las campañas de concientización que hacen algunas escuelas. Se dirá que el predio de las Dos Rutas por primera vez se mantuvo limpio luego del 29 de junio. Se dirá que los bomberos no tuvieron que acudir a domeñar algún fuego desacatado. Se dirán los éxitos de una sociedad que enfila bastante bien a la sostenibilidad o la sustentabilidad, según la diferencia de matices y se hablará de una gestión eficiente.

No se dirán, por supuesto, algunas otras cosas.
No se dirá que en el fondo se está enseñando que un pibe con la fogata contamina más que el plomo que respiramos no sólo en San Pedro y San Pablo. Que enseñamos que es conducta riesgosa bailotear alrededor de ese fuego -y para ello acudir a intensamente a los medios-, pero no lo es tomar el agua de las canillas. Y no me parece conveniente seguir, para no desviar el acento.

Es una pena. Somos una generación que podrá de vanagloriarse de muchos logros. Entre otros, de hacer todo el esfuerzo posible por ocultar otra fascinación que no sea la de la televisión -que es maravillosa- o la de los intercambios internetísticos -que también lo son-, o más, de ningunearla. No existe nada válido fuera del éxito y la eficiencia, fuera de lo útil.
Es por eso que hacemos todo lo posible por apagar las fogaratas, como las llamábamos en mi infancia. No sirven para nada, no son útiles, y encima son peligrosas. Como todo aquello que nos caliente, nos haga encender por dentro y por fuera, nos haga mirar a los ojos fulgurantes y bailar de la mano, cantar a coro, ignorar los temores y estremecer de euforia los corazones.
No hay duda, son peligrosas. Por eso las apagamos.

7 comentarios:

  1. La puta madre, Oso, me metiste en la magia y me sacáste como a chicharra de un ala a esta realidad, que lo malo que tiene es precisamente eso, su realidad. Pero gracias por traer a las "fogaratas" a mi corazón. Y me voy, puteando bajito, no vaya a ser que me denuncie el vecino. Un abrazo de oso, Oso.

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  2. Frente a casa Oso, para tu envidia, hubo dos!!! Bueno, antes podían verse entre cinco o seis, es verdad. Estas aventuras se van perdiendo, como muchas otras tradiciones. Por suerte quedan pequeños vestigios, como vos decís, chispazos del ayer. Y el mundo no se va a venir abajo por culpa de las fogatas y el humo que emanan, se va a venir abajo por culpa de miles de cosas más graves aún. Pero es meterse en otro terreno, distante de esto que has escrito y que tanto nos llega en una fecha como la de ayer.
    Un abrazo!

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  3. Che, Oso, tienes razón. Aquí se celebran las (hogueras) de S Juan, y las fallas (una tradición muy elaborada, con monumentos preciosos de cartón piedra que arden la noche de S José, (siempre bajo la atenta mirada de los bomberos que remojan fachadas y están al quite por si alguna llama se escapa). Esa noche arden mas de trescientas cincuenta fallas grandes y otras tantas infantiles. Y coincido, es un espectáculo, que disfrutan grandes y chicos. Se quema todo(con deseo de renovación) y de ahí renace de nuevo el espíritu que impulsará las ideas artísticas para el año siguiente.
    Es bueno ser menos racionales y recuperar las raíces de vez en cuando.
    Besos!!!

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  4. Lo comparto absolutamente,le robamos la inocencia cada vez mas temprano y somos cómplices y culpables y digo culpables porque es hora de que nos hagamos cargo
    de una vez por todas.

    Ni hablar de cantar un villancico en navidad ...a veces pienso que involucionamos, de hecho la realidad lo demuestra cada día grotescamente.

    Mil besos con esperanza, somos pocos, habrá que juntarse :)

    cariños!

    =) HUMO

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  5. Vamos despojando nuestras tradiciones como esos árboles que resignan lenta pero progresivamente sus hojas en otoño, con la diferencia de que no hay esperanza de una próxima primavera.
    Una vez perdidas, ya no se pueden recuperar.
    No sé si somos culpables, pero al menos resultamos testigos y cómplices.

    Besos sin fuego.


    SIL

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  6. RUBENEX
    Creo que de eso se trata, de que la realidad puede ser distinta. Hasta que se demuestre lo contrario.

    NETO
    Te envidio, ni una por acá. Y eso que no fallaban.

    DOÑA TINTA
    Por alguna razón sabía lo de San Juan y las fallas. Quemar para renovar, ese debe ser el sentido. Todo un símbolo.

    HUMO
    No cabe duda. No es llorar sobre la leche derramada, es una idea que se lleva a cabo como se puede y donde se puede. Hay cada quijote por ahí!

    SIL
    Cambiamos las tradiciones por la tradición racionalista. Y nos creemos superiores por eso.
    Cómplices me (dis)gusta como adjetivo.
    Besos

    Gracias muchachada!

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  7. Dos años después, sigue siendo un texto que emociona. Fue lo primero que me vino a la mente al observar la solitaria fogata frente a mi casa. Abrazo Oso, sus letras son necesarias.

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