Son riesgos que se corren

Son riesgos que se corren. Alejandro (pongamos, para no incinerar) era el tipo más selectivo de la barra. La barra, una más de las que pululaban por Villa aquel tiempo, no dejaba sábado marcado en el almanaque sin partir en busca de mejor destino. Y el mejor destino estaba en los boliches de Arroyo Seco. Transitábamos años oscuros, complicados, no comprendíamos por qué la consigna era: "Toquen trompetas y matracas al compás, suenen los pitos y las palmas sin cesar; cantemos todos, la tristeza hay que olvidar, la vida pasa no te pongas a llorar. No te detengas y otra vez vuelve a reír, es mi país que ha comenzado a revivir, atrás quedaron la tristeza y el dolor, vuelven los días de dicha y felicidad" o algo así.

Crecíamos tomando como normal que te levante una razzia dada nuestra minoridad, que los milicos te traten como el culo o que no se pueda subir al colectivo en pantalones cortos...
Alejandro -el Fino-, decía, era el más selectivo. Hijo casi único de madre viuda, usaba billetera. Eso lo convertía en un personaje que la abría con ostentación mostrando siempre cinco o diez veces más recursos que yo, que laburaba. Obviamente, poco gastaba. No fumaba, se compraba pilchas de marca y de vez en cuando se le caía una cerveza con los amigos. El espíritu de la barra, en general , era distinto. El primero que tenía un mango se pagaba una picada o la vuelta de cerveza o los simpáticos seven up con gin o con bitter (¡con una medida, Chiche!). El Fino, que no sabía lo que era esforzarse, jamás.

Sin embargo, nos hicimos amigos. No era mal tipo, sólo un poco quisquilloso. Lo aceptábamos, porque en las barras no se buscan amigos perfectos, se los busca amigos. De tal manera que vago, amarrete, egoísta, o todo junto hay en cualquier barra.

Íbamos a rejuntarnos en el centro para tomar el Tirsa que nos dejaba en Arroyo. Si las paradas estaban muy llenas acometíamos sin chistar el trabajo de caminar unas cuadras más hasta casi asegurarnos de encontrar asiento, porque medio Villa se las tomaba a Arroyo. Si el Tirsa nos sorprendía entre dos paradas, la técnica adecuada era correr desaforados en sentido contrario, para apiadar al colectivero y así tal vez nos levantaba igual. Los tirsas venían con guardas que siempre eran tipos grandes -tal vez exchoferes- de los cuales conocíamos dos que eran casi casi personas.

El Fino odiaba las fotos beatles, renegaba de la música que escuchábamos o que ponían en los boliches. Nunca nada era mejor que lo que no había, para él. Casi no sacaba a bailar, eran todas demasiado feas, o demasiado petisas, o demasiado morochas, o demasiado mal vestidas. Y tenía la rara virtud, las pocas veces que bailaba, de que si suponía que la muchachita no estaba a la altura de su alcurnia, huir de la pista dejándola solita mi alma. Hasta llegó a espetarle a alguna niña poco agraciada el puñal de la frase matadora: Sos más fea que la mierda.

Pero, son riesgos que se corren, una madrugada, ya intentando vernos para emprender la vuelta en patota, lo encontré sentado en uno de los muritos que separaban la pista, con los ojos movedizos. No había bailado todavía, como casi siempre. En el otro murito, que decoraba la entrada de la pista había una chica. Anteojos grandes, peinado nulo, formas generosas pero con menos gracia que obsesión con la que le clavaba los ojos al Fino. Y el Fino, juzgando más por las superficies que lo llamaban que por lo tentador de la damita, más por el bultoso contenido de ese enterizo leopardo ridículo que por su prejuicio -el que lo hubiera llevado a poner los pies en polvorosa en otro momento-, me preguntó: ¿Y si saco a la fiera esa?, como disculpándose por tal atrocidad y enseguida: Soy capaz de meterle mano... Y fue.

Son riesgos que se corren. Creo que tuvo dos hijos o más con la fiera esa. Se casó. Se fue a vivir al interior de la provincia. La última vez que lo vi, me la presentó como mi esposa y yo, haciéndome el sota, luego del saludo formal le mandé: ¿Dónde conociste al aparato de Alejandro? ¿Tal mal estabas como para casarte con él? Y ella, muy suelta de cuerpo, descerrajó: Son riesgos que se corren...