En los años locos todo puede suceder. Nada de esto es por demás de interesante, pero nos pasan cosas, acontecimientos que provocan la sonrisa a la vista de la pátina del tiempo.
Salíamos en barra, tanto valía la conquista de féminas como las vivencias con el grupo de amigos, podíamos sustituir una por otra, excepto con alguna poderosa razón de por medio.
Los boliches de Arroyo Seco nos eran menos hostiles que los de Villa y allí apuntábamos. El Tirsa nos traía y llevaba, pero a veces... a veces la barra por esos raros designios de los dioses se encaminaba a rumbos más aventurados, raros donde a la vuelta de la esquina la sorpresa y el asombro jugaban sus cartas.
Un viejo Kaiser Carabela nos llevaba a Cañada Rica a aventurarnos al Baile de los Conscriptos, despedida pueblerina para los desafortunados que eran llevados a la colimba.
Pero algunos de nosotros tenías otras intenciones-, mejor dicho, otra intención: tirarle los galgos a la Teresita, una agraciada niña de alguno de los pueblos de la región. Si hay baile -decían mis amigos más avezados- fija que está la Tere.
Pero estos pintorescos bailes tenían sus ritos -que yo desconocía- y algunos de mis amigos adoraban. Remataban tortas, para juntar unos mangos destinados alos conscriptos y hacíamos subir los precios y nos retirábamos a tiempo para que las viejas copetudas paguen fortunas. Nos hacíamos los simpáticos y, como no había gran cosa para ver, nos la dábamos de graciosos con la gente mayor. Al final compramos la última torta, que nos salió dos mangos, porque ya las viejas se aburrían. La pusimos en un asiento del Kaiser, para la vuelta.
Orquesta típica -yo, que siempre fui madera, esperaba las lentas-, corridos, pasodobles y ni siquiera la Tere para animar la noche. Cuando estaba por entrar la segunda orquesta apareció, de vestidito blanco. Los ojos de la barra se clavaron en ella despojándola de atuendos instantáneamente. La Teresita, muy modosita, se sentó con un par de amigas mayores y se daba el gusto de ignorar a los que cabeceaban invitándola. Cuando ya se hizo la interesante un rato concedió un par de temas a la muchachada.
Cuando la música bajaba preanunciado las lentas, se sentó, cruzando las piernas. El amontonamiento a unos metros de su mesa era una masa informe de acelerados pibes. Los cabezazos estaban por desnucar a más de uno y la Tere nada. Con Miguel y Filo apostamos a ver quién era el agraciado (entre cien) que la sacaba a la Tere. De pronto, se paró como aceptando. ¿A quién? Una vez en la vida tuve los reflejos más rápidos y me deslicé fluidamente entre los mamotretos que me rodeaban eludiendo los codazos de Filo y las trabas de Miguel. La Tere me sonrió... y a la pista. Ni Kempes ante los holandeses tuvo más gloria que yo. Bailaba apretado con la Tere mientras la jauría quería devorarnos a ambos por diferentes motivos.
La Tere, a la que todos juzgaban muda, me daba conversación, animada, y yo saludaba al Dante por algún círculo celeste. Ya planeaba cómo seguiría todo, hasta que sucedió lo otro. Filo y el Juanjo, que se decían mis amigos, me llamaban con gestos desesperados. Leía sus labios: Nos vamos. Yo hacía señas de esperen un cacho y los ignoraba mientras la Tere apoyaba la cabeza en mi hombro.
Unos minutos más y siento un toque decidido en el hombro izquierdo. El guacho de Miguel, ante la vista azorada de la Tere anunciando algo más o menos así: Señor, nos vamos, su chofer decide retirarse, ¿prefiere usted volver a pie?
Poco puedo explicar de la incineración a la que me vi sometido, saludé a la Tere como pude y apenas la solté, la barra me sacaba en andas hacia la puerta. No iba a ser más interesante bailar con la Tere que comernos la torta con un cajón de sidra helada que misteriosamente se había subido al Kaiser... y bueno, me dije, y creo que me mandé toda la Farruca de un tirón a la salud de los hijosderremilputas de mis amigos.
(Importado de Villeraturas, 02/05/08)
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