ETERNO RETORNO

Estas historias son como lanitas sueltas que la nona va ovillando en un bollito y una vez que adquiere volumen, las va desovillando para hacer algo con todas como si fueran una sola cosa. Así son estas narraciones, dichos, frases sueltas, conjeturas patinadas por una memoria tenue que -a veces- toman forma en la mano de quien las intenta reunir.

viernes, 23 de septiembre de 2011

La vuelta de Little John

El Peli creció en el barrio. Las Dos Rutas eran su cancha. Los zanjones, las trincheras cuando los nazis se venían con los tanques y él -que era Little John- quedaba atrapado con el Sargento Saunders y Caje. Entonces era, indefectiblemente, quien arriesgaba su vida para salvar a los demás. Los yuyales eran escenario privilegiado para jugar a Combate o para las escondidas, pero a la hora de armar un torneo había que incendiarlos un par de semanas antes para hacer cancha.
Como todos, caía a la tarde para pelotear un rato. Armábamos entonces partiditos o partidazos en función del número y, si había pocos, jugábamos a las patadas o a las cabezas.
En esos partidos sucedía un rito extraño de vez en cuando. Si alguno avizoraba que venía un acompañamiento por San Martín inmediatamente daba aviso de un grito y el partido se detenía. Entonces todos nos parábamos -nada de echarse en el pasto- con las dos manos agarradas por delante o por detrás para unirnos con la vista y el silencio al dolor ajeno hasta que luego de doblar por el Chapuy, el cortejo se perdía pasando calle Moreno.
Era el momento en que alguno de los mayorcitos daba la orden para proseguir con el partido. A nadie se le ocurria ni por casualidad la ofensa de seguir jugando mientras pasaba el acompañamiento. A lo sumo hacíamos visera con una mano para tratar de identificar a algún conocido en la lenta marcha de autos recalentando.
Un día -como a cada uno le sucedió- el Peli se hizo grande y se fue del barrio. Se juntó con una vieja, decían los pibes. Una vieja que tendría treinta años cuando él veintidós o veintitrés. Y no se lo vio más por las Dos Rutas.
Otro día -como a más de uno le sucedió- el Peli volvió al barrio quién sabe por qué recodo de la vida. Entre sus profundos desubiques tuvo el de pretender ponerse los cortos y volver a las cuatro a las Dos Rutas. Y fue.
Dicen que los pibes no lo reconocieron porque eran mucho menores que él. Entrá, así arrancamos. Dale, me llamo Raúl. Lo vieron de patas blancas y vientre prominente y le descerrajaron la frase más temida: Gordo, si querés jugar andá al arco, que no te podés ni mover. Y fue.
Mientras caminaba miraba la gramilla cortada prolijito, los carteles publicitarios, el gran escenario, quizás sospechando que había pasado más tiempo del que su entusiasmo le rogaba. Pero se acomodó en el arco con las piernas un poco abiertas, agazapado, a la espera de que los pequeños nazis lo azotasen a pelotazos y convertirse otra vez en salvador del sufrido sargento y su tropa.
Un par de atajadas más con suerte que con pericia lo inflaron de confianza y le quitaron años. De pronto, casi olía el humo de la aceitera atravesando sus narices y escuchaba la radio de Don Pérez con la Oral Deportiva atronando. ¡Díganme Peli!, les gritó a sus compañeros de equipo, cristalizando de una vez el hechizo de un momento único. Volvió al barrio, a la cancha y a ser Little John.
En pleno partido trabado y sin goles vio por el lado de la Escuela Comercial una serie inconfundible de autos negros seguidos por otros en lenta marcha. El Peli, aferrado a su conjuro barrial, fijó la vista en el primer coche, arrimó las piernas, juntó las manos por delante y trató de hilvanar una oración, tal vez un avemaría. El pelotazo que dio en su vientre sonó seco como un gong de trapo tenso. Quiso en su retorcer decirle algo a los pibes sobre el respeto, pero solo alcanzó a escuchar un puntinazo, el grito del gol de los pequeños nazis y los insultos de Chip Saunders y sus secuaces.
Cuando volvió a su nueva casa, que era su viejo hogar, pero sin sus viejos, se quedo mirando por la ventana el cruce de rutas preguntándose si cambiaron demasiado las cosas como para volver a ser Little John, o al menos el Peli.

6 comentarios:

  1. Las cosas cambiaron demasiado, pero no lo suficiente para destruir el recuerdo de lo que fuimos.
    Hay series, personajes y momentos, que el alma de la infancia atesora, y que ningún ¨golpe ni pelotazo bajo¨ puede destrozar.

    Besos


    SIL

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  2. Oso,lo escrito es copia fiel de tiempos idos...y lo más fiel ,el respeto al paso del cortejo.
    Un abrazo amigo.

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  3. El mundo siguió girando, para el lado equivocado. Que gran relato Oso, de los que leo con placer y espero alguna vez recopilados en un libro sobre cuentos de esta ciudad y tus cosas cercanas, las Dos Rutas, la niñez y los amigos.
    Un abrazo!

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  4. SIL:
    No lo suficiente, claro, y a veces eso es lo que nos duele. Pero es lo que somos.

    YUS:
    Los tiempos idos no se van de la piel, al contrario, se graban bien hondo...

    NETO:
    Alguna vez vendrá, cuando se pueda. Ganas no me faltan, vea...

    Gracias gente linda!!

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  5. Deliciosas historias cargadas de nostalgia! Como dice Neto deben formar parte de un libro de relatos que aglutine recuerdos de escritores villenses. Me gusta el respeto por las costumbres antiguas, que no debería estar reñido con los usos modernos.
    Besos!

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  6. Uh, ¡cómo me habría gustado estar ahi jugando ese partido para poder cagar a pedos a esos niños maleducados por no respetar el paso del cortejo!Es un privilegio que nos queda a los que tenemos panza,algunas canas y hemos estado allí antes que ellos...
    ¡Exelente relato,Néstor querido!

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