ETERNO RETORNO

Estas historias son como lanitas sueltas que la nona va ovillando en un bollito y una vez que adquiere volumen, las va desovillando para hacer algo con todas como si fueran una sola cosa. Así son estas narraciones, dichos, frases sueltas, conjeturas patinadas por una memoria tenue que -a veces- toman forma en la mano de quien las intenta reunir.

sábado, 1 de marzo de 2008

Carlitos

Con once años son otros los horrores, efectivamente…
Jugar a las escondidas se podría considerar casi normal una tarde de primavera; jugar en grupo, en las veredas gritando y chillando como chicos que sólo le temen a los castigos de los grandes, pero había otros miedos más profundos. Miedos que aparecían en las conversaciones a media voz de las mujeres y el silencio casi obstinado de los tipos que, metalúrgicos y marrones como mi viejo, ya no podían reconocer un lugar como propio. Fascinado y aterrorizado, desde la ventanita de la puerta de casa vi, vimos llegar con mi familia, la larga caravana que invadía la ciudad. Parecía sacado de una película de guerra, el grueso llegaba por la Ruta 9 (hoy Ruta 21). Los veíamos apostarse en todo el predio de Las Dos Rutas, atrincherarse en las grandes cunetas del Chapuy al frente de casa, comunicarse por radio. Yo no decía nada, nadie decía nada. Sólo esperaba que de un momento al otro aparezca un enemigo que simplemente no existía. Entonces, por las noches, las corridas por los techos –de soldados, creíamos—que nos obligaron a mi hermano y a mí a dormir en la pieza de la Nona, que no daba a la escalera como la nuestra.

Es que Villa estaba invadida. Mis viejos no me dejaban hacer refugios para juegos en los baldíos, ni correr cuando veíamos un extraño, no sea cosa que los fachos nos peguen un tiro. Yo me imaginaba los fachos como alguna especie de monstruos de película, que no tenían contemplaciones con los seres humanos… finalmente no estaba tan equivocado…

A Carlitos Ruescas –que vivía en la cuadra de atrás lo vigilaban–, a Manuel Duarte –que vivía a la vuelta— lo vigilaban. Había tipos raros dando vueltas por el barrio, se apoyaban en los tapiales y de vez en cuando hablaban por radio o charlaban con otros en auto. Los vecinos ni siquiera se atrevían a salir a la vereda en esos casos. Mis viejos me decían que si preguntaban por alguien dijera que no lo conocía o que no sabía nada, pero nunca me preguntaron, aunque sí a otros chicos.

Con once años son otros los horrores, efectivamente… Pero otra dimensión del miedo nos iba a traspasar una tarde de primavera jugando a las escondidas con el Jole y dos o tres de los chicos del barrio. Marcelito Ruescas ya no jugaba con nosotros, lo habían llevado de algún pariente para protegerlo, pero igual jugábamos en el tapial de Prunes, frente a su casa. Sin prestarle demasiada atención vimos llegar un Renault 12 naranja y un Falcon negro. Pero si los autos no decían nada, los tipos que venían en ellos, sí y las armas que traían, mucho más. Ahí nomás dejamos de jugar y sin pensarlo demasiado nos sentamos al solcito contra el tapial a ver a qué venían.
Bajaron tres o cuatro de los seis o siete que eran. Al mando se veía un tipo más petiso y gordo, de poco pelo, con anteojos negros que nos miró como con asco, ignorándonos. Abrieron el portillo y golpearon la puerta. Como tardaba en responder se impacientaron, dieron algún golpe con la culata de un arma y algo dijeron en tono imperativo, pero mi fascinado horror no me permite recordar palabra alguna, más que entender que se estaba bañando y por eso tardaba. Al final, salió Carlitos, sin sorpresa en el rostro, pero con expresión triste. Lo llevaron a uno de los autos con el revólver a la cabeza y la ametralladora por la espalda, como no podía ser de otra manera.

Al volver a casa y contar, mi mamá no podía creer. Carlitos había sido su compañero en la primaria, allá en Pueblo Muñoz. Carlitos era incapaz de portar un arma y menos de usarla. Era un buen tipo, nada más ni nada menos que eso, con la única culpa de pensar que vale la pena el compañero de trabajo, que valen la pena los compañeros.

Cuando mi tío Tristán vino con la noticia mi vieja se puso a llorar a mares y mi viejo se hundió más y más en su triste silencio. Habían encontrado a Carlitos, a Julio Palacios y a la abogada María Concepción De Grandis horriblemente asesinados con una saña increíble, en un camino rural de Villa Amelia. No demasiado lejos de su pueblo…

Yo apoyé los brazos sobre la mesa y la cabeza en ellos y repasaba mentalmente la tarde fatal en que se llevaron a Carlitos, fuimos los últimos del barrio en verlo con vida, una vida que él sabía que se le iba, que se la robaban. Cuando le tocó a Manuel -eran los mismos tipos- alcanzaron a decirles que no estaba. Alcanzaron a entretenerlos mientras Manuel salía por el fondo a casa de otros vecinos y de allí al exilio en el propio país, en la propia tierra varios años…

Con once años son otros los horrores, efectivamente… Villa estaba invadida, la muerte se hacía cotidiana y cercana. Pero no la muerte de la vida que llega a su culmen, la muerte de la vida segada inútil y cruelmente.
Aún hoy, ese tapial, esa casa del barrio, me traen invariablemente el doloroso recuerdo de los que no están, del sufrimiento de mi vieja y el hondo silencio de mi viejo que nunca más tuvo ganas de ir a truquear con sus amigos al club no sé si por los asesinados en un bar, si por temor a dejarnos solos en las tardecitas o algún otro miedo y, la verdad, nunca me atreví a preguntar aquel porqué.
Nunca volví a ver a Marcelito Ruescas, no sé si pudo ser luego alguna vez el pibe alegre, con esa insolencia inocente y esa picardía desbordante que tenía. No creo… Con once años, son otros los horrores, efectivamente… definitivamente…

7 comentarios:

  1. nunca supe que eras vecino de Ruescas...ni de tus recuerdos tan patentes,conoces de mi interes por la epoca...me conmoviste un cacho amigo.
    Abrazo,

    Yustis.

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  2. Hola Yus. Este relato lo tenía guardado desde hace mucho tiempo. Un día estando con Carlos del Frade en una de sus venidas a la Feria del Libro de Empalme le prometí alcanzárselo, que era una forma de animarme a sacarlo y lo hice.
    Siempre me es más fácil escribir que hablar de esto.

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  3. Lo vuelvo a leer don Oso y otra vez me lagrimea la vista. Qué increíble como el dolor aflora cuando el corazón se siente tocado.

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  4. Lo he leido por uno de tus comentarios. Es horrible la situación vivida y dificil de olvidar. Como dije, no olvides; hazlo por los demas que necesitamos recordar, y hazlo por tí, para dignificar a los tuyos.

    Un abrazo,

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  5. Qué decirte ahora? Agradecer que lo cuentes y lo expreses de esta manera, aunque me haya estremecido y partido al medio..

    Con esto los mantenes vivos, nada más puedo decir, me hiciste un nudo en la garganta..y aunque eso no impida que los dedos se muevan y escriban en el teclado.. ya así no puedo seguir acotando..

    Saludoss

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  6. Un relato crudo... real.
    Por mi edad no tuve que vivir esos momentos tan horribles de nuestra historia, pero este cuento/historia, me lo hizo sentir como si hubiera estado ahi.
    Triste.
    Excelentemente contado Oso.

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